Si lo abandonas ahora o mañana ¿qué pasará? y, dentro de un año o veinte ¿lo recordarás con el mismo cariño de ayer? ¿Desearás por las noches un lugar cálido para su descanso a cubierto de la lluvia, del frío, del aire… acostumbrado a la separación?
¿A quién sonreirás para compartir tu alegría o mirarás en busca de un desinteresado apoyo silencioso?
Cuando el sol con su calor desatado no crea las sombras ¿le enviarás un buen deseo por su tranquilidad y frescor?
¡Sí! es verdad, consciente de la ausencia forzada, tu mano no buscará el cuerpo suave para prodigar la caricia tierna y esperar su respuesta, y, ese vacío quizá no melle la tranquilidad en tu vida, traspuesta la serenidad compartida y el discurso diario de la mutua dependencia. Ahora y otras noches, la luna brillará allá arriba sólo para tí y tu contento, porque la vida sin ataduras es mejor y el espacio mayor sin el aroma de otro.
¿Alguna vez interrogarás a los rincones públicos para saber si su huella aún perdura a pesar del aire desatado y el desprecio? ¿si entre iguales encontró un mínimo de contento, una pequeña alegría para compensarle de tu olvido? Porque él piensa en ti y en su elemental comprensión el abandono no tiene por nombre traición.
Afuera llueve con fuerte viento mientras dentro de tu seguridad a ese hueco sin nombrar le llenas con razones sólidas e irrebatibles, con voces y sonidos exaltados.
Hasta donde el entendimiento llegue, el catálogo de tus días marcará la hora adecuada para cada obra, para cada sentimiento, aunque para él llegara la hora de relegar la vida en común, porque en ti, aquella su gracia lozana, la juvenil alegría declinó prematuramente y resultó una carga, una costumbre intolerable perdida la ilusión, el vigor en la invitación algún día entrañable.
En donde esté él (y con él a sus semejantes) en tu nombre envío un beso inútil, porque ellos no exigieron nacer con estructura y vida incómoda… porque al sentirte en la esclavitud de los cuidados, jamás interrogaste seriamente ¿quién esclavizó a quién?
¿Alguna vez preguntarás qué fue de él? Y, con tu abandono ¿cuánto dolor asociado al desprecio sin mengua encontró al buscar un cariño sustituto y una razón para ese ardor que le carcome el vientre y el alma?
Lograste al fin tu “libertad” con el precio de esa otra vida a la que en mejores tiempos le impusiste un apelativo cariñoso con el cual, él respondía regocijado.
En algún momento de ocio extraído al saturado horario henchido de complejas y agobiantes empresas ¿aún recuerdas el color de sus ojos, de su piel y el calor de su cuerpo? e imaginarás que él, allá, en algún rincón durante la noche estrellada mudamente interroga: ¿cuál fue el error?
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