Iguales no, ¿peores?
Rafael Cienfuegos Calderón
Por más que digan que no son iguales, la realidad se impone. Que este gobierno no es como los de antes, de políticos vulgares interesados en el poder por el poder para beneficiarse y enemigos de la democracia, está en entre dicho porque los hechos exhiben que sí lo son y hasta llegan a ser peores en muchos casos. Colocan al transformador presidente y a miembros de las tribus que conforman su movimiento-partido Morena a la par de los de antes, solo que con una narrativa diferente. Hoy el fundador del partido en el poder y sus legisladores hacen lo que quieren, como quieren, cuando quieren y para lo que quieren porque son gobierno, detentan el poder y abusan, como hicieron los priístas. Fueron casi 70 años en los que impero la hegemonía de un solo partido en la presidencia de la República, la democracia no figuraba en la arena política, la oposición era ninguneada y las elecciones un fraude bajo el control del aparato gubernamental, y el partido oficial todo lo ganaba: presidencia, gubernaturas, presidencias municipales, diputaciones federales y locales y senadurías. Carro completo. La competencia entre partidos políticos era nula. Y precisamente regresar a ese escenario y a esas prácticas es lo que busca la reforma electoral del presidente que desconoce la lucha que inició en 1988 contra los fraudes y para implementar procesos electorales democráticos. Ricardo Pascoe Pierce (Excélsior 31-10-2022) recuerda que a partir del 6 de julio de ese año inició un cambió en la historia electoral y política de México porque la integración y funcionamiento del órgano electoral se volvió crucial y de conflicto entre la oposición y el oficialismo. Entre 1988 y 1996 hubo conflicto permanente sobre la credibilidad electoral. La disputa central era por la dependencia del órgano electoral de los intereses oficiales, por la urgencia de fomentar la confianza ciudadana en los resultados electorales y por asegurar la autonomía política y operativa del árbitro. Fue la reforma de 1996 la que dio autonomía al Instituto Federal Electoral (IFE), logrando nombrar un Consejo de Gobierno completamente separado del gobierno federal y de sus intereses. En las elecciones intermedias de 1997 el PRD ganó la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y la oposición obtuvo la mayoría en la Cámara de Diputados, por vez primera desde la Revolución, y en el 2000 inició la era de la alternancia democrática que perdura hasta hoy. Ahora, López Obrador, Morena y sus legisladores quieren volver el reloj al pasado, desapareciendo al Instituto Nacional Electoral (INE) para que el gobierno federal vuelva a tener el control de las elecciones. Aspiran volver al viejo régimen autoritario de antes de 1988. López Obrador no quiere más democracia, quiere más control político. No quiere elecciones libres, quiere elecciones a modo. Quiere concentrar todo el poder. Por lo que hace a Sheinbaum, Ebrard y López, las corcholatas del presidente del cambio, apoyan la (contra) reforma porque les conviene. Quieren el poder. Ante ello un importante sector de la población se manifestó en contra de la reforma y el atentado contra el INE. Aun así, el padre y líder de la transformación, que ya desechó la reforma electoral constitucional porque sabe que será rechazada en bloque por la oposición, enviará una nueva iniciativa a la Cámara de Diputados para hacer cambios legales (a modo ) a la Ley Electoral, que sería aprobada sin problema alguno. Iguales no, ¿peores?
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