La época más afortunada de toda la historia del México independiente se produjo en los años cuarenta, cuando el presidente y Gral. Manuel Ávila Camacho, con patriotismo, concordia, honradez y nacionalismo, bajo el lema: “Produzca lo que el país consume y consuma lo que el país produce”, creó condiciones de trabajo para todo mundo y revaluó el peso mexicano frente al dólar.
A las generaciones contemporáneas de hoy que han crecido desde hace 39 en un ambiente de corrupción, crisis, desigualdad, desempleo y desmantelamiento de México, es necesario decirles que en nuestro país, las cosas no han sido así.
El presidente Ávila Camacho recibió el peso a razón de $5.15 por dólar. En 1941, bajó el cambio frente a la divisa norteamericana a $4.85 y así continuó la paridad hasta el final de su afortunado sexenio. Ningún otro presidente de nuestro país ha logrado realizar otra hazaña de esta naturaleza.
En ese entonces, el pan que ahora cuesta cuatro pesos la pieza, se cotizaba a cinco centavos y como el salario mínimo era de 5 pesos en cifras redondas, se podían comprar 20 piezas de pan por un peso, o sea, un total de 100 panes. Ahora que el salario mínimo es de 50 pesos, también en cifras redondas, sólo es posible adquirir 12 panes y medio.
La seguridad pública era un bien inmenso que se disfrutó. Como todo mundo tenía trabajo, no tenía necesidad de robar para llevar un pan a la boca.
En ese entonces, por el nacionalismo imperante, había fe en nuestros valores. Y por eso tuvimos entre otros bienes, la “Época de Oro del Cine Nacional”.
La etapa dorada de las grandes temporadas taurinas. La música romántica de México invadía al mundo, no obstante los años difíciles de la conflagración bélica más grande que registra la historia. Se pensaba en positivo y con buen gusto, por eso la moda era de lo mejor. La familia era base de la sociedad. Fue un mundo sin gafetes.
Época de valores morales en juego, cotidianamente. Por la seguridad imperante, no había “guaruras”. Los más grandes lujos de la alta sociedad se exhibían en las temporadas de Opera del Bellas Artes, sin que hubiera asaltos.
Ciertamente, la familia fue base de la sociedad, lo mismo en las grandes residencias de las Lomas de Chapultepec o la colonia Roma que en las barriadas, donde las vecindades eran los centros de convivencia de familias pobres y de clase media muy sólidamente hermanadas para ayudarse en cuanta necesidad se presentase.
El litro de leche costaba 15 centavos, el kilo de tortillas, 20 centavos, las rentas en vecindades del Centro Histórico, había desde 8 pesos mensuales. La entrada a los cines, de un peso en luneta. De 4 en los de lujo. En los salones de baile, los “thes danzantes” eran de las 5 de la tarde a 10 de la noche y sin venta de bebidas alcohólicas
¿Porqué se nos fue de las manos ese México feliz? .
La última etapa de realizaciones en pro de México y sus habitantes, fue en la época del “desarrollo estabilizador”, cuando lo creó Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda, y fue posible mejorar el salario del trabajador en un porcentaje del 9 por ciento anual, mientras que la inflación era del 3 por ciento y el desarrollo del Producto Interno Bruto alcanzó hasta el 8.7 por ciento.
Desde hace 39 años las cosas se pusieron mal, con el advenimiento e implantación del neoliberalismo exento de justicia social. Echeverría devaluó el peso y de $12.50 subió a $15.44; con López Portillo terminó en $89.63; a $2,287.00 con Miguel de la Madrid; con Salinas, a $3,287.71. Se le quitaron tres ceros a dichas cantidades para poner en vigor el “nuevo peso”, en lugar del “viejo peso”. Zedillo inició con el cambio a más de 5 nuevos pesos por dólar y alcanzó a rozar los 10 pesos; con Fox y Calderón, el peso se cotiza a $13.22, al momento de escribir esta crónica. Es decir, con los tres ceros que se le quitaron, el cambio sería de $13, 220.00.
Podemos apostar doble contra sencillo que cuando recuperemos nuestro nacionalismo, o sea, la honradez y la confianza en nosotros mismos, podremos rescatar el México que perdimos.
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El estudio de su pretérito hace posible a los pueblos conocer su pasado, para entender el presente y proyectar el futuro con mayor acierto. Por eso, cuando se quiere destruir a una nación, se le oculta su historia. Esto desemboca siempre en un fin trágico, puesto que, tal como es de sobra conocido, “los pueblos que pierden su memoria empiezan a morir”.
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