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Coherencia

Podamos el árbol y nos extraña que los pájaros no vengan a cantar cuando estamos de buen humor, que las nubes nos abandonen y que el viento quede en silencio; compramos o admitimos un perro en casa, le azuzamos, le golpeamos, le negamos el agua y el alimento, lo dejamos en la calle y quien carga con la culpa por sus aullidos nocturnos y las tropelías es el animal, porque en los centros de acopio de los canes callejeros a ellos es a quienes se les sacrifica “por su bien” y el de la comunidad humana expuesta a su agresividad y violencia; hay noches en que esos “malditos gatos” desesperan con sus maullidos constantes, ante ello, los esterilizamos porque su población terminará por generar camadas incontrolables hasta resultar una plaga doméstica; allá en los campos el estanciero “sabe” qué hacer, entre cruzas de ganados con reputación bravía y con ellos crear los animales adecuados para la colorida fiesta, el rito y “arte” esperado en la temporada mayor y en toda festividad pueblerina reputada de grande y bullanguera, al final, cuando las cosas no salen correctamente caerán las maldiciones sobre el bicho y le llamaremos asesino al que “ojalá se lleve el diablo”; cuando la información escasea y nos viene bien un susto social, aparecerá en la portadas y titulares de los medios electrónicos e impresos la tremebunda cifra de 7, 8 y hasta nueve ratas por cada habitante de las grandes ciudades, contra esta plaga, los laboratorios generan grandes cantidades de recursos en investigación, patentes y producción de tóxicos cada vez con mayor potencia a fin de contrarrestar su proliferación y paliar el daño que provocan en nuestra economía doméstica con su depredar, ellas pagan con sus vidas el desaseo y pésimo respeto que mostramos en el entorno, porque esos consumidores de nuestros desperdicios cumplen la infausta función de limpieza: consumir los deshechos generados en nuestros afanes de civilización; y van en el mismo sentido los enjambres de moscas y mosquitos, a los que resulta lógico exterminar con pesticidas porque ese vecino incómodo e insalubre no entiende del aseo comunitario y nada aporta a la comunidad en cuanto a la prevención de tal calamidad; y en los sembradíos, en los campos, en los bosques, en los ríos, en los mares, en todo espacio llamado “nuestro” ellos son quienes cubren la cuota de la vida en extinción y nuestra consciencia zaherida con las evidencias del malversar humano, obnubilada por la lejanía de las especies sólo nos agita la cabeza con un mudo y conmiserativo e inútil ¡caramba!: osos, elefantes, caimanes, flamencos, cuervos y urracas, cabras monteses, tigres, linces, caballos salvajes, águilas, gansos, impalas, hormigas, martas y armiños, culebras, asnos, caracoles, cerdos, jaguares, búfalos, buitres, búhos, castores, garzas, halcones, focas, nutrias, cigüeñas y grullas, ballenas, orangutanes, chimpancés, ginetas, tortugas marinas o de río, rinocerontes, tiburones, murciélagos, lobos, pingüinos, pelícanos, esturiones, ciervos, leones, salomones, tejones, vencejos, quetzales, cóndores, navales, onagros, guacamayas, antílopes, pandas, erizos, gaviotas, azores, zorros, teporingos, palomas, el krill… y un pesado y lastimoso etcétera en el inventario de la irreflexión humana; y cuando, minimizados sus espacios vitales osan acercarse a las áreas habitadas el terror por nuestra seguridad obliga a su destrucción. Y todavía eleva el hombre una oración al Creador por la obra de los seis días y nos hiere la pérdida de aquel, nuestro Paraíso.

Asno. Lápiz sobre marquilla. 32.0 x 24.0 centímetros.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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