Para una apariencia de genio es requisito indispensable citar a las autoridades incensadas por la jerarquía –en tono y modo enmarcada con un pucherito monón, así obtendremos el beneplácito del grupo al que deseamos pertenecer, que sin esa favorable disposición uno estará siempre equivocado y la percepción personal estigmatizada en yerro.
Por ello conviene mejor pasar por un idiota silente a ser un preguntón estúpido. Los primeros tendrán acomodo y posición, los segundos resultarán un estorbo a los cuales recurrir sólo para mostrar la tolerancia personal. Muestre usted la mirada que huye al misterio de la sorpresa, esquilme la duda con embozo de omnisapiencia: que su opinión sea teología.
Para quien ignora todo, carente de método y credo, corresponde ahogar la retahíla de interrogantes que al final le transformaría en un insecto social cuyos afanes corroen los estamentos sagrados, el sólido asidero para una sociedad sabiamente estructurada a la que él no comprende.
Y sea en el terreno cual fuere, resultará de buen tono y reflejo de una correcta educación, afirmar con seguridad, con aplomo, el discurso ajeno, la opinión alejada a la duda constante, porque la evolución y sus beneficios nos bendicen y ante eso ¿porqué dudar? ¿para qué manifestar la ignorancia en la rebusca entre el fárrago de textos y experiencias? Usted afírmelo todo y jamás incurra en la degradante primera pregunta, porque esa inicia la sarta y no habrá dios alguno en la creación del hombre que satisfaga el vacío de su mente, espíritu o donde radique una mínima sospecha. Silencio, una sonrisa bobalicona, un asentimiento general y a triunfar, y si algún día ¡Dios no lo quiera! un retazo de duda le viene a la cabeza, acérquese al consultorio pues los padecimientos psicosomáticos también tienen respuesta externa.
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