Cocono. Marcador sobre cartulina. 21.5 x 28 centímetros.
Pero veámosle el lado positivo al asunto, a la manera de esos conciliadores del todo cuando no les afecta directamente.
En esta realidad (la pérdida de la vida animal), dejaremos de lado la terrible nomenclatura binaria establecida por Charles Linneo con sus géneros y especies definidas con el uso del latín, con aplicación en la zoología y en la botánica.
¿Quién escudriñará en los términos para diferenciar a un bicho de otro semejante en reino (subreino); filum (subfilum, superclase); clase (subclase, infraclase, cohorte, superorden); orden (suborden, infraorden, superfamilia); familia (subfamilia, tribu, subtribu); género (subgénero); especie (subespecie).
Desaparecidas las manifestaciones animales, nuestros maestros –con el agradecimiento inconciente de sus educandos– podrán dedicar sus esfuerzos a tareas mejor remuneradas en el mercado laboral. Eso, en sí, es ya un avance, esquilmarle al habla lo obsoleto de las terminologías emparejará en el ocio fecundo y creador a toda la humanidad.
Si desaparece un protozoo con su consecuente repercusión en espongiarios (o poríferos), calentéreos (o pólipos), platelmintos, nematelmintos, anélidos, para rematar en artrópodos, será consecuencia irremediable que, en el desarrollo humano, reprimamos la permanencia de equinodermos, moluscos y cordados.
Y resulta sencillo imaginar el tiempo de asueto para todo cerebro estrujado con la alucinación cultural, que con un puente por sobre la confusa terminología de la botánica no penará por retener los extraños nombres de nuestra evolución, porque a «ojo de pájaro», sinceramente, quién es capaz de recitar el proceso que en 23 o 24 millones de años concatena el Pliopithecus al Procónsul al Dryopithecus al Ramapithecus al Australopithecus afarensis al Austrolopithecus africanus al Australopithecus robustus al Australopithecus boisei al Homo habilis al Homo erectus al primer Homo sapiens al Neanderthal al Cro-Magnon, para traer la carga genética hasta nosotros: el «Hombre moderno», sin el latín engorroso.
Las nuevas generaciones liberadas del corset lingüístico encontrarán mejor acomodo en las ciencias relacionadas con la economía. Así, resultará confortable dictaminar la pérdida de la fauna, su valor en dólares y su repercusión en el PIB (junto con cualesquiera de las catástrofes naturales o provocadas por el ser humano) que entristecernos por la desaparición del Romerolagus diazi (zacatuche, teporingo, tepolito, conejo de las montañas, conejo de los volcanes, conejo azteca –como usted prefiera nombrarlo–).
-oo-
«Corre conejito ¡corre!» cantaban los niños. Hoy, algunos pesimistas preludian que antes de la extinción de la vida animal, el homo-sapiens perderá lo sapiens y del homo nada quedará… a veces –y sin latines- es mejor pensar en el barro y una costilla…
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