Cebra. Acrílica sobre cartulina. 28 x 21.5 centímetros.
El primer Código fija las manifestaciones y obligaciones periódicas de las creaturas para con la multiplicidad celeste, la que está en las cavernas, la que fluye con las grandes y pequeñas aguas, la que desmelena los brotes en los sembradíos; la que desciende con las nubes, la que brota desde las entrañas olvidadas; las que retumban con su destello en el espacio, en las profundidades de las que a algunas mancillamos al llamarles nefastas; todas ellas que con el tiempo y la sapiencia humana quedarán sintetizadas en una sola y grandiosa figura mudable al ritmo placenetero de los creadores sobre la tierra.
La segunda forma del Código preserva la integridad individual en contra de las agresiones de la comunidad que todavía, de vez en cuando, asume las medidas fijadas en el concilio alumbrado por el fulgor de la hoguera ritualizada.
El tercer paso sobrepone los intereses de la comunidad a los particulares. Vale más el consenso a la afirmación de unos pocos, sin importar si la aceptación multitudinaria es necedad.
En la incapacidad para armonizar los intereses desperdigados en las comunidades, enumeramos necesidades y soluciones para minorías dentro del gran conjunto que a todos hace desiguales.
La quinta manifestación del Código pugna por proteger el principio que nutre a los cuerpos y en él, algunos seres beneficiados por el enternecido auditorio manifiestan en la salvedad redactada e impresa la necesidad de llevar a toda creatura viviente los beneficios dirigidos a las estructuras repetidas con el peluche, en las historietas, en los juegos de video que son de la Creación manifestación de belleza, en tanto depredamos por tradición, con temor infundado, por estupidez, sobre los cientos de miles de especies no integradas en el catálogo de lo «bonito».
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