La celebración del Día de Muertos es una costumbre de origen pagano que practicaban los pueblos desde la antigüedad. Por ejemplo: las culturas antiguas como la china y la egipcia, donde el culto a los muertos ha sido símbolo de unidad familiar, les rendían culto construyendo templos y pirámides. Ofrecían incienso y encendían velas colocando ofrendas de alimento sobre un altar. Los egipcios creían que el individuo tenía dos espíritus. Una va al más allá en el momento de la muerte y el otro queda vagando en el espacio, por lo que, según ellos, tenían necesidad de comer. Consideraban que este segundo espíritu vivía en el cuerpo que ellos habían embalsamado. De esta manera el espíritu podía seguir existiendo y era éste, según su creencia, el que recibía las ofrendas. Esta forma de rendir culto a los muertos en la antigüedad resurge con el paso del tiempo y cobra fuerza en nuestros días. La adulteración de doctrinas y la mezcla con los ritos paganos derivó en la aceptación por la iglesia de Roma del culto a los muertos. En el año 998, Odilón, abad del Monasterio de Cluny, en Francia, estableció que el 2 de noviembre sería considerado como día de culto a los muertos. Aceptado después por los papas Silvestre II, Juan XVIII y León IX. El día de muertos sigue siendo una práctica idólatra y pagana en nuestros días, pues la gente se prepara para “recibir” a sus muertos. Los cementerios se ven concurridos por los que llevan a sus difuntos flores, veladoras, comidas, alcohol, música, etc.
Aunado a esta tradición, está el hallowen. En el año de 1845 miles de emigrantes irlandeses inundaron Nueva York. Fueron ellos quienes trajeron una vieja tradición pagana que realizaban los sacerdotes llamados “druidas”. La noche del 31 de octubre, los druidas encendían una enorme fogata de año nuevo. Durante esa ceremonia diabólica la gente usaba disfraces hechos con cabezas y pieles de animales, practicaban la adivinación, saltaban sobre las llamas, bailaban y cantaban, todo esto según ellos para alejar a los malos espíritus. Los disfrazados iban de casa en casa, cantando y bailando, sus máscaras con sangre y sus grotescos disfraces servían para verse ellos mismos como espíritus malignos y así engañar a los espíritus que entrarían ese día y evitar que los lastimaran. No es difícil identificar las similitudes entre las antiguas celebraciones de los celtas y de sus sacerdotes paganos, con las costumbres y tradiciones del Día de Muertos o el famoso hallowen de nuestros días. Los disfraces, asímismo, las visitas de casa en casa pidiendo dulces o dineros, son reflejo de la antigua costumbre pagana. Estas celebraciones parecen ser inofensivas y hasta simpáticas. El comercio y la sociedad las han aceptado. Hay todo un movimiento social que organiza celebraciones en casas, escuelas, clubes y los establecimientos comerciales se adornan con motivos alusivos a estas prácticas ocultas. El argumento: “hay que conservar nuestras tradiciones”.
Pero, ¿qué dice la Biblia sobre el particular? Cuando el pueblo de Israel iba a entrar a la tierra de Canáan, por mandato de Dios, Moisés ordenó al pueblo: “Cuando entres a la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones. No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique la adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos” (Dt.18:9-11). Con cuánta razón dice el apóstol Pablo a los Corintios: ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican (ofrendan), a los demonios lo sacrifican (ofrendan), y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. Porque vosotros sois el templo del Dios viviente; por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican (ofrendan) a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para El; y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medios de El. Así que, si algún incrédulo os invita, y queréis ir, de todo lo que se os ponga delante comed, sin preguntar nada por motivos de conciencia. Más si alguien os dijere: Esto fue sacrificado (ofrendado) a los ídolos; no lo comáis, por causa de aquél que lo declaró, y por motivos de conciencia; porque del Señor es la tierra y su plenitud. (1Co.8:4-6; 10:20, 27-28; 2Co.6:14-18).Querido lector: No contamines tu vida con las “tradiciones del mundo”; antes bien, atiende el consejo bíblico: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. ¿Queréis hacerlo?
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