“Y fueron todos llenos del Espíritu Santo,
Y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hch.2:4).
Hace algunas semanas el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, declaró que estaba no para administrar a México, sino para transformarlo.
¿Qué se requiere para esa transformación? Voluntad política, visión de Estado, carácter, firmeza, autoridad y poder. La suma de estos elementos dará como resultado un cambio estructural de fondo e integral en el país. Sin embargo, ese cambio no depende de una sola persona, son muchos los que debemos participar en él y, lamentablemente, muchos actúan en razón de sus propios intereses y el cambio no llega y la transformación de México se retrasa.
Hace cerca de dos mil años personas y ciudades enteras fueron transformadas. Descendió del cielo un poder transformador que cambió la estructura individual, social y de Estado, pues aún la casa del mismo César se cimbró ante tal poder transformador.
Después de resucitar y estar con los suyos durante cuarenta días, y antes de ascender, el Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. Diez días después de su ascensión, ese poder llegó.
¿En qué consistía ese poder?
En primer lugar era el cumplimiento de la promesa que Dios había dado a su pueblo por medio del profeta Joel, cuando dijo: Y en los postreros días derramaré mi Espíritu sobre toda carne.
En segundo lugar, era el cumplimiento de la palabra que el Señor Jesús había dado a los suyos, cuando dijo, recibiréis poder.
En tercer lugar, ese poder es la potencia de Dios en la vida de los discípulos en forma de nuevas lenguas, lenguas como de fuego.
En cuarto lugar, ese poder era necesario para cumplir con autoridad de Dios la gran comisión que el Señor les encomendó.
En quinto lugar, ese poder les respaldaría en la predicación y en la manifestación de señales, milagros y maravillas.
En sexto lugar, ese poder les sostendría para enfrentar el poder romano y extender el evangelio hasta lo último de la tierra.
En séptimo lugar, ese poder les confirmaría como verdaderos discípulos hasta la vendida del Señor Jesús.
La suma de esos elementos del poder transformador que Dios envió, dio como resultado una transformación total en aquellos que lo recibieron y en los que creyeron a su predicación. Los enfermos sanaron, los muertos resucitaron, los cojos se levantaron, los ciegos recobraron la vista y ciudades enteras fueron transformadas por el poder del Espíritu Santo. Una nueva esperanza, una razón para vivir y una nueva vida trajo consigo gozo y alegría en todas las ciudades.
¿Qué significa esto? Que sólo mediante la intervención directa del poder de Dios, México podrá ser sanado y transformado. Pero antes de que eso suceda, es necesario que de manera particular dejemos que Dios transforme nuestra vida con su poder. Cuando esto suceda, también nosotros tendremos una nueva vida y una razón para vivir.
¿Queréis hacerlo? ¡Hazlo ahora! ¡Hazlo ya!
Pastor en la Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R. ser@iciar.org
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