La aviación hoy en día sigue siendo primordialmente un área de hombres. Conocemos muchas mujeres que apoyan en la aviación, azafatas, las que dan anuncios en el aeropuerto cuyo requisito parece ser hablar tan rápido que nadie entienda, algunas mecánicas e ingenieras, y demás puestos relacionados, pero pocas capitanas al frente de una tripulación. Pensando en esto, les quiero compartir la historia de Amelia Mary Earhart, una de las más famosas aviadoras.
De origen norteamericano, cuentan que desde pequeña se apasionó por hacer todo lo que las mujeres generalmente no hacían: jugaba a cosas “reservadas” para los niños y guardaba recortes de aquellas hazañas hechas por mujeres en áreas de hombres. Su gusto por la aviación inició durante la Primera Guerra Mundial, atendiendo a varios pilotos como voluntaria de enfermería en Toronto, pero fue en 1920, durante su primer viaje con una duración de 20 minutos sobre California, que descubriría tener una pasión por esta actividad.
Así, inició tomando clases, con una pilota mujer Neta Snook, quien no le tenía mucha fe. Sin embargo, Amelia comprobó lo contrario al ser la primera mujer en cruzar el Océano Atlántico (que siendo más justos fue como apoyo del piloto), posterior a esto, publicó su libro “Veinte Horas”, mientras echaba a andar su empresa aeronáutica, incluso organizó una carrera aérea para puras mujeres en 1929; también llegó a ser vicepresidenta en diversas compañías de aviación, mientras se daba el tiempo para romper records de velocidad.
Ya con más experiencia se convirtió en efecto en la primera mujer en volar sola todo el trasatlántico completamente. Imaginen, en esa época, volar de Estados Unidos a Inglaterra (aunque en realidad aterrizó en Irlanda), manteniéndose despierta a través de oler sales. Y por si no fuera poco, también rompió el record de velocidad.
Finalmente, su legado termina al intentar ser la primera en volar a través mundo, en 1937. Tras un intento fallido, abordó junto con otro famoso piloto Noonan a Electra, el avión que debió de haberles ayudado a cumplir tal hazaña. Salió de Los Ángeles, llegó a Florida, Puerto Rico, bordeó Sudamérica, llegando a África, Pakistán, Calcuta, Bangkok, Singapur, Nueva Guinea, y éste fue su último aterrizaje exitoso, pues tras eso, las últimas comunicaciones reportan que el avión se estrelló probablemente en torno a la Isla Howland (entre Australia y Hawai), aunque nunca se encontró el paradero.
Hoy día existe un faro en la Isla Howland en su honor, así como un importante reconocimiento en el mundo de la aviación.
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