El pequeño país caribeño, sumido en la mayor tragedia de su historia; ayuda humanitaria a damnificados, tardía, por falta de infraestructura.
Hace dos años, cuando inició la crisis alimentaria internacional, el mundo se conmocionó con las imágenes que mostraban a familias haitianas comiendo tortas elaboradas con tierra, para mitigar la hambruna que se ceñía sobre el país caribeño.
Dos años después, el pasado martes 12, un sismo de 7 grados de intensidad en la escala Richter, sacudió a esta nación. El número de muertos fue incalculable y las primeras informaciones lo situaban en torno a los 100 mil, así como alrededor de un millón de damnificados.
Haití, que comparte la antigua isla, llamada por Colón La Española, con República Dominicana, es el país más pobre de América y, por lo general, cada año se ve amenazado por los huracanes que se presentan en el Atlántico.
Fue la primera nación libre, al obtener su independencia de Francia, en 1804. Sin embargo, siempre ha estado envuelta en problemas de todo tipo, aunque nunca por un terremoto como el sucedido esta semana.
“Fue una verdadera catástrofe”, dijeron líderes mundiales que, de inmediato, acudieron en su auxilio, pero que, al mismo tiempo, enfrentaron los problemas de la falta de infraestructura para trasladar la ayuda humanitaria hasta los damnificados.
Edificios de primera índole, como el Palacio Nacional, la Catedral Metropolitana, uno de los mejores hospitales y hasta sedes de organismos internacionales, se vinieron a tierra, al igual que infinidad de casas, negocios y empresas.
Haití, cuya población sumaba 10 millones de habitantes, enfrenta también uno de los índices mayores de enfermos de sida, al contar con un millón; el analfabetismo es alto y los problemas laborales registran las cifras más grandes en el Hemisferio.
Al mismo tiempo, mantiene uno de los gobiernos menos estables de la región latinoamericana con constantes golpes de Estado y gobiernos sátrapas, como los que encabezaron Papá Doc y Babe Doc, a mediados del siglo pasado.
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