—Uno—
Mirar tus ojos sin perder tu mirada,
contar con mis manos el calor de tus dedos
sin que un pasado añejo enturbie el momento
hasta pulsar en tu aliento el sueño pospuesto,
escuchar en tus cejas un murmullo de aciertos
y, nuevamente, mirar tus ojos sin perder tu mirada,
—Dos—
Dos amapolas, color del canto en el aire, bendecidas por la lluvia, con tus cuidados: galanas. Un compromiso natural de tus manos dejó en la mirada el arcoíris sutil migrante en las ondas ritmadas de un cascabel colorido entre los pliegues del recuerdo.
Cuatro pétalos efímeros en cada amapola coronaban la belleza sutil de la vida.
—Tres—
Esta noche el deseo dominante es dormir;
dormir, dormir, dormir después del desvelo encadenado.
Fue primero el trino constante de los dos gorriones
que en la celosía construyeron su nido y, después,
el piar de los polluelos hambrientos, en el asombro de ser.
Era el canto sabio de la Vida
—padre y madre que cantaban a la nueva vida—,
las vidas nuevas aportadas a la Vida en cada vida.
Dormir, dormir, dormir, ser parte de la vida perpetuada al despertar,
de saber que la vida es otra vez en uno —de uno—;
sentir, ver, oír, probar, cantar —con semejanza a los gorriones—
porque la Vida reina en la vida propia para compartir
con otras vidas la valía de crecer en el continuo vivir indisoluble.
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