Benigno el clima, inicia la manoseada campaña. La primera etapa dirige su mirada a los perros callejeros. Según reportan las autoridades en alguno de los municipios conurbados hay 500 mil perros callejeros (hoy denominados “en situación de calle”), problema grave para la seguridad y salud de la ciudadanía. De los cuarenta o cincuenta retirados semanalmente de las calles —sin considerar su reproducción instintiva—, sólo a un 10 o un 20 % de ellos les reclaman sus “dueños” en el antirrábico, lugar en donde se les confina tres o cuatro días antes de sacrificarlos para bien de la comunidad.
Por temporada, alguna de las múltiples razas de los perros conquista relevancia y preferencia en el ser humano a fin de agradar a algún niño o adulto en su cumpleaños con auge desmedido durante las fiestas decembrinas. Desafortunadamente, cuando el ser humano constata que el cachorro deja de ser “la ternurita” dependiente —no integrados a la familia—, las graves responsabilidades humanas del día a día cancelan los cuidados y la atención a los animales quienes, sin la costumbre adquirida, por deja en cualquier parte sus heces y orina, resultan un motivo de ira y molestia de los cercanos, pues, además, pide comida y agua, cariño y juego, baño y atenciones.
En la transición de mascota consentida a compañero en la vida al que le añadimos el posesivo “mi”, ignaro en las obligaciones e instintivamente inclinado a los derechos, el perro crecerá desconcertado entre zalamerías esporádicas y el regaño —cuando no los golpes y privación de cuidados/alimentos— y reaccionará según el carácter de su raza y el poder de su anatomía. Y si no sucediera que un mal día, un vecino harto de ladridos le envenena o le da un bocado que le destruya dolorosamente las entrañas, será juiciosa la determinación de arrojarlos a la calle, de “perderlo” lejos del hogar —ya las autoridades sabrán qué hacer con el perro—. Si el ser humano conociera el método para sacrificar “la plaga” canina de las calles, quizás —hay un quizás salvador— el obsequio no sería un cachorro para gozo fugaz de un infante no preparado para responsabilizarse de una vida ajena.
Agotado el tema de la fauna dañina de los perros en la calle, tocará el momento de los gatos abandonados, de las aves que dejan cagarrutas en el toldo y parabrisas de los autos, las malhadadas hojas de los árboles que atascan las coladeras para provocan las inundaciones (hoy denominadas encharcamientos), de la angustiante proliferación de las ratas…, hasta el momento en que el deshacer humano aporte alguna grave tragedia para eclipsar una irresponsabilidad asumida y contraria a la vida en La Vida.
No hay argumento que exculpe el daño premeditado o por omisión en esos seres compañeros en la vida. No son talismanes según los define el diccionario, son representación de la vida y por tanto receptores naturales de nuestro respeto y si así lo deseamos, de nuestro cariño, porque ellos sí que lo otorgan sin restricción y no lo revocan con argumentos legaloides.
Un perro, un gato, un pájaro… adoptados —adaptados al hogar—, son parte integrante de la familia, no son el receptáculo para un voluble cariño convenenciero ni un juguete apartado con hartazgo para causarle el daño y un dolor que ellos no merecen. Hay en el mercado de las novedades cíclicas la posibilidad de regalar mascotas cibernéticas las que, si por descuido “mueren”, recuperamos sólo con presionar la tecla de reinicio. Así, al menos no ofendemos a La Vida y nuestra consciencia perdurará impecable.
Llegará el momento en que lamentemos por tres minutos la suerte del oso polar, de las focas, de los ballenatos, del tucán, del cimarrón… el desarraigo del teporingo, la pérdida de hábitat para el lagarto, el castor y el ajolote, del estropicio en el desove de las tortugas, de la merma y pestilencia en los antiguos ríos, de la poda inmoderada de árboles, del plástico en los mares y un inagotable etcétera: llanto de segundos por alguna manifestación de la Vida. Hay en el calendario un día por… para divulgar un bonito discurso.
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