Paloma (de la serie «Palomas de Jerez»). Aguada sobre cartulina. 21.5 x 28.0 centímetros.
Con un paréntesis en las conmemoraciones a las que algunos dogmática e insanamente denominan «celebración(es)», avergoncémonos por los quince millones de animales asesinados cada año en la práctica aberrante de la cacería.
Quienes refunden la vida y sus dolores en la carpeta de los números, afirman que el tráfico de las pieles y órganos de los animales sólo es superado por los ingresos obtenidos con la venta de las drogas, los armamentos, la piratería, el contrabando y la corrupción (para algunos en este orden, para otros modificado sólo en orden).
Y ni mencionar a las especies dañadas en el espacio cotidiano, porque en cada latitud nos afrenta la realidad ajena y son todas manifestaciones de vida a las que sometemos a la terapia humana del desfogue, de la catarsis aceptada socialmente del exterminio ventajoso y tecnificado.
La matanza permitida por contrato social aterra menos a la humanidad que la practicada sin documento legal. Sumemos a lo anterior las escondidas bajo el manto de la investigación médica o en busca de beneficios para la industria de la cosmetología; las pruebas de armamentos atómicos aéreos, terrestres o submarinas; las amparadas con el eufemismo estúpido de «curiosidad infantíl»; las pruebas de resistencia aeroespacial (sea en simuladores o reales); en pos del desarrollo urbanístico y de las vías de comunicación (el 60% en los tres espacios de la naturaleza [80% según otros censos] de los perros y gatos en las ciudades mueren o quedan dañados irreversiblemente en las calles); el derrame de sustancias y abandono de desperdicios sobre la tierra, en sus entrañas o en los causes y mares; la muerte de animales para acompañar los ritos cívicos, políticos y/o religiosos con vestimentas de expresiones deportivas o artísticas; la pérdida de sus espacios y vidas con al manoseado argumento de «prioritarios para el sustento humano» o por el supuesto benefico obtenido de sus órganos cuya finalidad es restaurar una vitalidad despilfarrada; el daño a su integridad física en la brutalidad humana de las apuestas o en el desempeño de aptitudes ajenas a su estructura en circos y escenarios de arrabal mental… no dejemos de lado los millones de vidas sacrificadas en los rastros oficiales o clandestinos para nutrir a una especie que reina por sobre la vida ajena sin considerar que en sus celebraciones expone a su propia existencia condenada por sus afánes depredatorios.
Pongámosle número de dólares a la matanza, ni con ello mensuramos la importancia de una vida aniquilada, y, todavía, orgullosos tomamos instantáneas de la «hazaña».
Sino empatía, de menos respeto a la vida.
–oo–
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