«Los precios siempre subirán,
los políticos siempre mentirán…
y tú también envejecerás,
cuando lo hagas
añorarás los tiempos en que los precios eran razonables,
los políticos eran honestos
y los niños respetaban a sus mayores«
Es una costumbre o mal hábito, según sea el caso, el reprochar a la juventud el constante crimen que comete contra la cultura o, en el mejor de los casos, el desconocimiento de la misma.
No se trata de una destrucción a diestra y siniestra. Es, más bien, una remodelación pausada, permanente. Es bien conocido aquel «en mis tiempos…» como lo es la respuesta «fuiste pachuco»
Existen varios modos de expresar cultura, aunque no se quiera, existe un modo de expresarla aún cuando se va en contra de ella. Cómo caminamos, cómo hablamos, cómo nos desenvolvemos, cómo nos relacionamos con los demás… todo está inmerso en un código cultural. Es imposible hablar de una etiqueta en cuanto a juventud y cultura se refiere. No es empresa perseguible el encasillar los modos de vida existentes.
Es fácil hablar de las características negativas de ser joven: la indiferencia, irresponsabilidad, sumisión al paternalismo, escape por puertas falsas y rutas aparentemente fáciles, la apatía y la corrupción. No han cambiado en los últimos años. Como tampoco han cambiado las justificaciones: la culpa es del gobierno, de los yanquis, del TLC, de los políticos, de los tecnócratas, de la falta de oportunidades, del dólar, de la crisis…
Pero es difícil reconocer las aportaciones culturales que esta fuente de perdición genera. Lo que se debe dar por hecho es que la juventud mexicana no es ajena a la cultura, mucho menos a la generación de la misma.
La cultura no se encuentra encerrada en museos y grandes conciertos de la Orquesta Filarmónica Nacional… que, de paso sea dicho, qué belleza. No es lo que permite a algunos estirar el cuello con aires de grandeza, con deseos de no ser tocados con el mismo aire que aquellos incultos que no saben de Brahms, Grieg y Tchaikovsky.
La cultura está en la mezcla. No es -providencialmente- algo decadente, si no la constante dinámica, el movimiento que va de un pincel y la técnica más sofisticada de la pictórica al tag urbano. De la Real Academia de la Lengua al cambio de la c, la s y la q por la k.
No se trata de un anarquismo, si no del respeto a la creatividad, la línea es delgada, claro, pero es irreductible la necesidad de aceptar que, aún frente al reproche, existe cultura en la aceptación y diversidad, en el lenguaje callejero y la música deformada. Es un derecho innato el de conocer la cultura que nos forma para deformarnos a nosotros mismo. Es el precio de tener 17 años.
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