Ana Herrera (@ecohistoricas)
Colaboradora invitada
La apropiación del imperio español sobre el territorio habitado por los grupos indígenas residentes naturales de México hasta el siglo XVI no sólo implicó el abatimiento de los mexicas en 1521, sino también la aniquilación de la civilización mesoamericana y el subsecuente establecimiento de la capital de la Nueva España sobre el centro de la esplendorosa Tenochtitlán.
La pérdida de una identidad construida sobre uno de los territorios con mayor biodiversidad en el mundo a través de la transición de una cosmogonía politeísta a la dominante religión católica, significó un ejercicio de apropiación de los extraordinarios recursos naturales, minerales y humanos que los españoles encontraron en su llegada a América.
Prueba de ello se encuentra en cada una de las paradas que conforman El Camino Real de Tierra Adentro, un trayecto de alrededor de 2 mil600 kilómetros que cruzan por 9 estados de México y Nuevo México, actual territorio de los Estados Unidos, pero que formara parte hasta 1948 del territorio mexicano perdido durante la intervención estadounidense junto a Texas y California.
Con un compendio de 60 sitios declarados Patrimonio Cultural por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en agosto de 2010, durante la época colonial éstos atestiguaron el traslado de la plata recolectada en las minas de Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí hacia la capital de la Nueva España, la Ciudad de México.
Trazando un trayecto sobre el territorio de Aridoamérica, el Camino Real de Tierra Adentro culmina en Santa Fe, después de pasar por Alburquerque, Nuevo México. En su paso recorre Chihuahua, Durango, San Luis Potosí, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro, Estado de México y, finalmente, la Ciudad de México.
Así es como el Camino Real es un escenario donde se pueden apreciar las distintas etapas históricas que le han dado forma a la compleja definición de la identidad mexicana. Así lo revelan los ecos de Otlazpan y Tepexi, grupos prehispánicos establecidos sobre las llanuras de la actual carretera Tepeji del Río-Tula, mientras sobresalen las estructuras de los puentes de piedra que servían para amortiguar el paso de las carretas en su traslado de los virreyes hacia la Nueva España, quienes echaban semillas de árbol de pirul para delimitar los límites del trayecto. Este árbol de aroma refrescante se puede apreciar durante toda el trayecto en donde se marca el inicio de la ruta del Camino Real.
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