En Ambiente

Una lectura de desenfado y cruda realidad

Ana Herrera

David Nichollls, en su más reciente novela, analiza cómo afectan la rutina y el peso del tiempo al amor; se pueden corregir los errores del pasado; es siempre posible expresar lo que realmente se siente y el por qué se tiende a herir a quienes más se quiere.

Tras un silencio de más de cinco años, el escritor británico que, a nivel internacional enganchó a más de 5 millones de lectores con su novela Siempre el mismo día (One Day), vuelve ahora con este libro “Nosotros” de Editorial Planeta, 2014, una comedia romántica que sorprenderá nuevamente a todos sus seguidores.

Estas y otras preguntas, el autor trata de desentramar en esta novela que se sustenta en el humor, la intensidad y el sentimiento con letras que impactan como hacen reír por las situaciones de sus protagonistas.

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Travesía que comienza cuando el hijo adolescente se marcha a la universidad y los protagonistas: Douglas y Connie plantean un viaje por Europa los tres juntos, una suerte de paso a la edad adulta, una despedida de esa etapa que está a punto de quedar atrás. Pero justo antes de emprender ese gran viaje, Connie le confiesa a Douglas que, una vez su hijo haya dejado el nido, ella quiere separarse, pues ya no siente que tengan ningún proyecto en común. Con un lastre tan pesado como ése los tres inician el tan esperado tour.

Ejemplo de ello, en una parte de esta novela se describe: “el verano pasado, poco antes de que mi hijo se marchará de casa para ir a la universidad, mi esposa me despertó en mitad de la noche.

Al principio pensé que lo hacía porque había escuchado a unos ladrones. Desde que nos trasladamos al campo, mi esposa se había acostumbrado a despertarme al menor crujido o susurro. Yo entonces intentaba tranquilizarla. Son los radiadores, le decía; las vigas contrayéndose o expandiéndose; son los zorros.

No soy un hombre particularmente valiente ni mi físico resulta imponente, pero esa noche en concreto miré el reloj –eran poco más de las cuatro-, suspiré, bostecé y me decidí a echar un vistazo por la planta baja. Pasé por encima del inútil de nuestro perro y, palpando las paredes, fui de habitación en habitación para comprobar todas las ventanas y las puertas.

Finalmente regresé al dormitorio.

No hay nadie, dije. Seguramente no era más que aire en las tuberías de agua. De qué estas hablando -dijo Connie, incorporándose.

– Está todo en orden. No hay resto de ladrones.

– No he dicho nada sobre ladrones. He dicho que creo que nuestro matrimonio ha llegado a su fin. Douglas, creo que quiero dejarte.

Me senté un momento al borde de la cama y dije: -Bueno, por lo menos, no hay ladrones.

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