La sustentabilidad en la ciudad debe enfrentar la crisis de sus recursos naturales.
60 % de su territorio es considerado como suelo de conservación.
Por Ana Herrera
Aunque serán procesos graduales que irán más allá del cambio de placas de los automovilistas, el cambio de nombre de Distrito Federal a Ciudad de México implica un reto que sobrepasa la legislatura y que se encuentra relacionado con la crisis ambiental que enfrenta una de las metrópolis más pobladas del mundo.
La CDMX, será entidad federativa pero no será considerada como un estado, tendrá su propia Constitución a más tardar para el 31 de enero del 2017, las 16 delegaciones políticas se denominarán demarcaciones territoriales y se integrarán por un alcalde y 10 concejales.
Dentro de la nueva denominación territorial y su administración se podrán llevar a cabo las adaptaciones necesarias para que la Ciudad de México deje de girar en torno al primer cuadro, y sus alrededores, y se atiendan las problemáticas socio culturales que prevalecen en las delegaciones donde está concentrado el mayor suelo de conservación, mismo que abarca el 60 % del territorio total de la metrópolis.
Así es como las delegaciones Cuajimalpa, Álvaro Obregón, Magdalena Contreras, Tlalpan, Milpa Alta, Xochimilco se presentan como zonas donde se recargan los servicios ambientales que reducen la contaminación y permiten la captación pluvial para abastecer a una población que sigue en aumento. En menor medida pero también en contribución de estos activos ambientales las demarcaciones Tláhuac, Iztapalapa, Gustavo A. Madero y Venustiano Carranza.
Esto trae consigo un modo de vida en contraste y multicultural, pues las actividades semi-rurales, de sustentabilidad y de preservación con el medio ambiente se necesitan ajustar a un esquema urbano que se rige bajo un esquema complejo. De acuerdo al ensayo de José R. Castelazo de los Ángeles titulado Dinámica metropolitana: Riesgos ambientales y desarrollo sustentable “se extravió el alma del barrio: esa identificación natural entre el medio ambiente y habitante. La metrópoli es tensa, porque la consideramos, como espacio de conquista y competencia, más que de convivencia”.
En lo sucesivo, la nueva disposición tendrá como reto reconocer y adaptar la dinámica de la Ciudad de México a los contextos diversos de sus demarcaciones, a sus propios componentes ambientales, a su pasado lacustre, a su suelo de conservación y a sus 2250 metros sobre el nivel del mar que la convierten en una entidad vulnerable ante la inversión térmica donde se producen altos índices de contaminación.
De acuerdo a Castelazo, “la convivencia segura está íntimamente vinculada al bienestar de la población, al control de riesgos naturales, accidentales o provocados, a la lucha contra la delincuencia organizada y casual. Todas estas partes deben estar eficientemente comunicadas para mantener una unidad funcional en la megalópolis. Obviamente, esto tomará tiempo, mucho tiempo, romper las enormes redes de intereses con sangre fría, audacia y corazón”.
Finalmente, la meta final de cualquier reforma a la ley o de cualquier cambio es el bienestar en sí mismo. “La metropolización puede ser el pivote de la integración regional, regulador del desequilibrio entre grandes, medianas y pequeñas, promoviendo la adecuada interdependencia entre las zonas urbanas y rurales a fin de lograr los requerimientos de una economía urbana sustentable”, explica Castelazo en su ensayo disponible en la página de internet del Instituto Nacional de Ecología.
Comentarios Cerrados