El heavy metal, género musical que desde su nacimiento ha causado controversia por su espíritu contestatario y rebelde contra los dogmas políticos, religiosos y sociales, manifestado explícitamente en sus letras y en sus estridentes ritmos, es abordado por el antropólogo Stephen Castillo Bernal en su estudio Música del diablo. Imaginarios, dramas sociales y ritualidades en la escena metalera de la Ciudad de México.
Publicación editada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que da cuenta del mundo de la música del rock metal en la Ciudad de México, en donde explica que esta corriente sonora (de alcance local y mundial), surgida en la década de los años 70 del siglo pasado, abreva del rock, el blues y el jazz, y se constituye por una serie de prácticas.
Como son el slam (baile de confrontación) y el headbanging (sacudir la cabeza al ritmo de la música); también posee rituales, como el saludo con la mano cornuta o cuernos de rock, y formas simbólicas, como el corpse paint en el Black Metal (maquillaje en blanco y negro que acentúa la imagen de maldad y misantropía).
Stephen Castillo indagó en esta expresión musical para obtener su doctorado en antropología social. Su investigación explora la cultura de los adeptos a este género desde sus anclajes simbólicos, referentes imaginarios y sus procesos rituales e identitarios.
Dijo que “quiero demostrar que las representaciones de los metaleros evidencian la crisis de la modernidad. Por ejemplo, el diablo, casi siempre vinculado con este ritmo, sólo existe como símbolo del paroxismo que las sociedades contemporáneas viven. Esta música y todo lo que representa son un grito contestatario ante la uniformidad cultural”.
El investigador del INAH señaló que la obra plantea dos premisas. La primera propone que los imaginarios sociales reflejan miedos y limitaciones de los sujetos, quienes alivian su existencia mediante manifestaciones como el metal music y la creación de códigos identitarios (la muerte, lo profano, la violencia, lo prohibido). La segunda se refiere a la liberación de la catarsis humana a través de prácticas, como el slam y las representaciones teatrales en los conciertos.
La investigación inicia con una panorámica de los debates teórico-conceptuales sobre la problemática de lo imaginario en las ciencias sociales y la antropología. En el capítulo “La estructuración de los imaginarios sociales. Entre el dominio subjetivo y racional”, el autor se refiere a la atmósfera mental y colectiva de fantasmas, figuras, mitos y símbolos que gobiernan la acción de los sujetos participantes de esta música, en los ámbitos social e individual.
Añadió que “actores globales y actores locales. Especificidades del heavy metal y su impacto en la Ciudad de México” describe con detalle la historia del rock metal y sus diferentes corrientes, y ofrece un análisis del desarrollo y asimilación de este género musical en la urbe.
En el capítulo “Formas simbólicas metaleras: elementos de ‘anclaje’ de comunidades alternas”, el antropólogo cuestiona la aplicabilidad del concepto “tribus urbanas”, acuñado por el sociólogo francés Michel Maffesoli. “Esta doctrina es una alegoría del estar juntos por intereses comunes. Analicé las categorías centrales de esta teoría para ver cómo empataban o no con las comunidades metaleras, debido a que sus integrantes se estructuran mediante la convivencia”.
En teoría, la estética del metalero consiste en vestir de negro; se distingue con una playera con el logotipo de alguna de sus bandas preferidas. Hay seguidores del black metal (una de las corrientes más extremas del género) que asisten a algún concierto de sus bandas favoritas utilizando el corpse paint.
Para Stephen Castillo, el metal resemantiza al rock. “Se le tacha de satánico o violento, pero el metalero representa la otredad: genera un choque o ruptura con otras personas, debido a que algunas corrientes, como el thrash o el death metal, ejercen una fuerte crítica social contra los abusos del poder.
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