El genio de la época que llamamos barroco se daba tanto en busca de la belleza plástica por sí misma como del concepto; así veremos resurgir en una proliferación frondosa todo un lenguaje esotérico de origen cabalístico o alegórico en torno a las figuras centrales de la simbología religiosa cristiana.»
Jacques Lafaye
Quetzalcoatl y Guadalupe, página 353
FCE,1983
HERNÁN CORTÉS
Extremeño sin la gloria de Flandes, aventurero, personaje de un tiempo propio con reloj retrasado. Requerido en la corte, indiferente al dolor ajeno; Dios en su lenguaje y en la mano la espada. Leguleyo sin pluma, arquitecto destructor, beneficiador de sus amigos, corruptor escribiente de su historia. Marqués de nuevo cuño cuyos huesos quedaron en tierra nueva. Dueño, señor de vidas y haciendas; maldecido en su heredad, insepulto en su lar.
FRANCISCO EDUARDO TRESGUERRAS
Francisco Joseph Eduardo Maximiliano Fernández Martínez de Ibarra: el templo carmelita de Celaya, un Neptuno en Querétaro y el obelisco en la Plaza de San Luis Potosí preservan sólidamente el nombre del arquitecto, pintor, grabador, escultor, tallista, versificador y, músico, y, entre los muros del convento dieguino ora con sutíl pincelada ante Santa Ana y la Vírgen Niña.*
RAFAEL XIMENO Y PLANES
El fuego rebajó a cenizas «La Asunción». En la academia duélese San Sebastián y en el convento -frente a la plataforma verde en donde señorean los álamos- «El milagro del pocito» nombra a quien eternizara a otro talento: Manuel Tolsá.
Con él culmina la etapa del barroco mexicano y llega el aire del neoclasicismo.
MANUEL TOLSÁ
Del bloque brota el todo, marca y golpe, bruñida la obra, formaba su historia. Tres virtudes coronan la obra de quien nutriera sus ojos con el verdor de los prados y de los altos álamos.
Geometría neoclásica puesta a su gusto, con su saber moldeada, ante su juicio ideal. Valenciana referencia, mexicana la concepción: Manuel, el arquitecto; Tolsá, el escultor.
JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI
Padre de un «Periquillo» cuyos traspies de la libertad a la censura cobijara a «El Pensador Mexicano» debatido entre la sátira (los gobernantes, la sociedad de su tiempo, la iglesia y las costumbres), la fábula y el periodismo decimonónico. «Las noches tristes» y «La quijotita…» bocetan la necesidad educativa aún discutida.
*En este último caso, el autor refiere a la Pinacoteca Virreinal.
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