En Ambiente

En nuestros globulitos

 

La lucha de los ángeles II. Acrílica sobre cartulina. 21.5 x 28 centímetros.

Los diablos vuelan porque tienen alas, y, esa verdad –no birlada a Perogrullo-, asienta su valía en el origen: las heredaron de sus padres, los ángeles, y por extensión la capacidad para volar.

Revisemos los textos de Enoch I, II y III, según recomienda Stephen Hodge, en “Los manuscritos del Mar Muerto” (EDAF, 2002), en donde nos aclara que Enoch I es un conjunto de textos independientes escritos en arameo después del exilio en Babilonia y, así, una mayor claridad encontraremos respecto a dicha afirmación.

En aquel “entonces” difuso, Dios puso a 200 ángeles para custodiar a su creación a imagen y semejanza, guardianes que al degenerar tomaron mujeres humanas (lo que permite pensar que habría “mujeres” angélicas) y son los mismos que instruyeron a los hombres en el trabajo de los metales y otras artes.

De la unión de esos ángeles con las mujeres humanas (nuevamente la distinción) nacieron los hijos llamados nephilim, quienes heredaron los atributos de sus padres angélicos.

Afirmase que las protestas por el mal provocado por los guardianes o vigilantes pervertidos provocó la ira del Creador quien deseó destruirlos (en seguida viene el asunto de Noé). De tal leyenda proviene la definición de las características de los nephilim: éstos eran gigantes demoniacos hijos de ángeles (caídos) habidos con sus esposas humanas.

Al contar con los atributos de sus padres celestes, los nephilim eran veloces en sus incursiones por todo el mundo. Pensábase que eran invisibles e inmortales y que así permanecerían hasta el final de la Creación, en el “Juicio final”, cuando se les destruirá por el fuego (fundamento para la purificación humana durante la Reforma, suplicio aplicado por los bandos religiosos enfrentados).

Por tanto, ahí asienta la representación de los demonios, que, al fin, hijos clandestinos, de la oscuridad, poseeen alas vampíricas en oposición al níveo plumaje en las alas de los Hijos de la Luz.

La tarea de aquellos nefastos es tentar a los humanos a pecar (especialmente a las mujeres, afírmase), y es de estos hijos adulterinos de quienes proviene todo el mal y las enfermedades esparcidas por el mundo en contra de la humanidad, y aún cuando al revisar el texto sagrado en la versión de Casidoro de Reina (TSELF) el uso del tiempo pasado y su presente dejan una mayor inquietud en el espíritu: Génesis 6-4. “Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de nombre”. Y que en la “Biblia de Jerusalen” queda: “Los nefilim aparecieron en la tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres y éstas les dieron hijos: éstos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos.” (Desclée De Brouwer, S. A., 1998), no es aceptable que algunos analistas, en nuestra incapacidad por desentrañar valor y significado en verbos y sustantivos trasladados de la historia verbal a la letra escrita, nos arrojen a la cara una solución de origen marciano, cuando, si tal fuera el principio, debiérase otorgar un origen venusino por aquello del “portador de la luz”: Luzbel.

Las alas, en este caso son símbolo extraído a la experiencia cotidiana, no realidad física.

 

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