Fue una mañana del 6 de agosto de 1945, justo a las 8:15 cuando Little Boyestalló a 600 metros sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. El Enola Gay, llamado el Mensajero de la Muerte, fue el bombardero B-29 encargado de soltar la bomba; de uranio-235 con una potencia explosiva de 16 kilotones, lo que equivale a 1600 toneladas de dinamita. La mera explosión mató casi al instante a alrededor de 80,000 personas. Nagasaki, ubicada a poco más de 400 km al suroeste de Hiroshima, no era la ciudad elegida, pero debido a condiciones climatológicas en Niigata y Kokura (primeras opciones elegidas), sufrió el impacto de otra bomba nuclear, tres días después; el 9 de agosto. FatMan estaba compuesto de plutonio con una potencia de 25 kilotones; causó la muerte instantánea de 70,000 personas.
Estos ataques, que propiciaron la rendición incondicional de Japón en su participación en la Segunda Guerra Mundial, tuvieron como resultado la muerte de casi 230,000 personas, quienes murieron a causa de la explosión, quemaduras y padecimientos posteriores, como diversos tipos de cáncer.
Aunque las consecuencias en la población y medio ambiente no han sido relativamente tan graves, si las comparamos con los desastres nucleares de Chernóbil o Fukushima, su impacto negativo lo podemos ver hasta nuestros días.
Los efectos de estas bombas son varios y suceden a corto y largo plazo; las explosiones iniciales generaron el calor suficiente para incinerar todo en 1 km a la redonda; quemando por igual toda la infraestructura humana, vegetación y fauna. El polvillo radioactivo es producto de la materia que queda suspendida en el aire, que al caer contamina todo el suelo y agua, pudiendo llegar a distancias muy lejanas debido a su volatilidad. No sólo contamina la geografía del lugar, sino que altera a todas las plantas, sus frutos y a los animales, alterando la cadena alimenticia. En el humano, la radiactividad provoca numerosos padecimientos, como malformaciones o cáncer. En la actualidad se estima que existen 360,000 hibakusha, que traducido del japonés significa literalmente “persona bombardeada”; estos son supervivientes de los bombardeos y la mayoría padece algún tipo de cáncer o algún otro padecimiento de tipo genético.
A 72 años de estos acontecimientos, aprendamos de ellos y nunca los olvidemos para que nunca más se repitan sucesos así. Las consecuencias van más allá de la guerra o la economía mundial; podríamos llegar a contaminar el planeta en que vivimos; alterando el suelo, el agua y el aire, propiciando de este modo que los recursos sean inservibles y veamos la extinción masiva de especies vegetales y animales, además de la humana.
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