En la guerra ordinaria, es frecuente escuchar que se diga esa ciudad ya está ocupada, refiriéndose al ejército enemigo que ya tiene posesión de la plaza. Y cuando ha ocurrido la ocupación, ola vida cambia para los residentes de la ciudad ocupada.
En primer lugar, la gente no puede salir a las calles con la misma tranquilidad que acostumbra; la propia autoridad está limitada en sus funciones y la autoridad civil está impedida para cumplir su responsabilidad. La ocupación abarca todo, incluido el transporte público.
Tal condición que en el caso de México se origina por el poder del sicariato que mediante las armas se ha apoderado de ciudades como Reynosa, Tamaulipas y tiene bajo amenaza otras ciudades importantes del país como Monterrey, Guadalajara, Juárez, Morelia, etc.
A esta violencia atribuida al sicariato se agrega ahora la comisión de delitos comunes como el recientemente ocurrido en Monterrey en que los criminales asaltaron un restaurante, despojaron de sus pertenencias a las casi cien persona asistentes y violaron a la mujeres que acompañaban a su pareja.
A cualquier ciudadano se le ocurre pensar que esta situación de aguda violencia criminal puede seguir porque está en riesgo la estabilidad del estado y por cierto la condición de vida de todas las instituciones. En esfuerzo serio por sacar al país de esta crisis de seguridad, el gobierno tendrá el apoyo ciudadano. La debilidad o la torpeza, no.
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