Florecen en los libros de la botánica y en el del Registro Civil con bella semejanza a las de las muestras de la vida circundante; remiten a la esencia de las que abren sus cálices al iniciar el día y las que giran sus vasos en seguimiento del sol, las que aromatizan el viento leve de la noche y capturan el rocío nutricio. Pueblan en su rostro vívido todos los colores de la primera verdad y los de la estación de las ventiscas cuando las nubes gordas, pesadas, ofrecen la frescura tonificante; en la fervorosa etapa de los ocres y marrones que cubren el horizonte con la muda de los árboles y cuando cruje el espacio revestido en los tonos agrisados de la helada en sociedad con el viento cortante y el acompasado, sutil vapor que es sueño y promesa.
Está en los apelativos diferenciados por la geografía, en las canciones de las lenguas y es la misma de siempre, la que yace entre las piedras a la orilla del sendero, en el llano con la fuerza que separa los guijarros, en las faldas rocosas y es ella quien corona las alturas; es minúscula o grandiosa a conveniencia, vida frágil o aferrada contra toda lógica engalana algún ajado escudo nobiliario. Con suave rigor enraíza y da perfil al llano y a la cumbre, desde la hondonada a la cúspide, de la planicie a la sierra; es conjunto y unidad, reina de ríos y lagunas, de arroyos y charcas, de pozas y océanos, es por sí misma y en todo, desde el camastro acuoso existencia danzarina ante el aire y sus rigores, en la escondida caverna, en el canto sutil que habita en la cañada, frente al cierzo o la cellisca, en el monte y en el cenote, de cima a sima.
Es referencia en las voces durante el día, en los lamentos de la noche, cuando tiembla el juicio ante el eclipse, cuando uno de los cuatro rostros de la luna cubre el sueño; constancia vigorosa en la claridad del día y en la indiferenciación inquietante de la noche o yacerá marchita entre las páginas de un libro ya jamás abierto.
Nace silvestre una a una o en abigarrada camaradería, llena con sus formas y tamaños, colores y perfumes los tiestos de las entradas y los patios, pende de los balcones, ancla en los derruidos muros de adobe o brota de un cucurucho colorado con pretensión de halago y, alguna vez, muchas veces, trastorna el sueño al conminar su nombre puesto en forma de mujer.
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