Visible el primer enrojecimiento en el oriente sobre la neblina al levantarse desde el fondo de la cañada; apenas los pájaros trinaban su primer regreso al nido en el ramaje o en los aleros de las altas casas, los perros al ritual olfativo en los árboles ¿esquinas y rincones?, a la hora en que los gatos escurríanse por los bajos de los portones y las mujeres salían para el barrido cotidiano de las banquetas con su constante y sincero “buenos días” repetido durante la cotidiana información de quiénes barrían las calles céntricas para purgar las tropelías alcohólicas durante la noche anterior (“ Ese Jesús no tiene remedio.”), bajaba Odilón desde más allá del cementerio a ofertar el aguamiel benéfico para los tuberculosos (aunque nadie aceptara tener el malhadado padecer tras las gruesas maderas adornadas con los herrajes y el pesado aldabón), elíxir beneficioso para las parturientas con poca leche en los pechos, bálsamo para la infancia esmirriada marcada con los jiotes, pócima sin facultativo para aquella otra ¿qué con discreción tras los enrejados de su alta ventana a cuatro hojas empotrada en el rectángulo de cantera rosa sutilmente grabada y en su remate una discreta clave imitación floral? solicitaba una ración para arreglar un periodo desacompasado.
¡El aguamiel! ¡El aaaguamieeel! Aquel pregón atraía a las formas femeninas abrigadas a medias con el rebozo azul-negro de las mayores o la “mañanita” sobre los hombros adolescentes de Hortensia cuya falda ondulante marcara el tiempo de otro amanecer parvulario.
Al paso lento del burrito, desde “El Calvario” al río, de “El Refugio” a “El puente”, los cántaros proveían el remedio para contrarrestar los ardores estomacales, corregir las averías implantadas por “la muina”, los “malos aires” y el torbellino que sube y baja del pecho al vientre por un noctámbulo trajín inmoderado, las panzudas vasijas de barro cocido eran el brocal seráfico de un primer paso a la recuperación consumada en la discreta penumbra del confesionario para de ahí regresar al frescor de la casa y al almuerzo, con la mirada clara y la frente altiva.
Diariamente, con el amanecer marcado por el primer enrojecimiento en el oriente y el clop clop sobre la piedra bola, llegaba la recuperación a los aquejados de aquellos males ahora confinados en nuevas etiquetas… el aguamiel traído en los huacales sabiamente ceñidos sobre el lomo del burrito cargado con los jarrones protectores, era el reconstituyente para los ancianos de la larga espera en su equipal, la dulce y fresca expectativa de vivir con salud para hace dos o tres generaciones.
A lomo de burro http://bit.ly/psNyd6