La palabra cabaret nos evoca un lugar de bajo mundo, de vicios y placeres que son muy concurridos, pero poco reconocidos. Al hablar de cabaret, la primera imagen que se nos viene a la mente es el mítico Moulin Rouge o incluso algo más local como el Kumbala. Sin embargo, el concepto de cabaret es mucho más extenso; les sorprendería saber que en un inicio llegó a ser un sinónimo de bar o café.
La palabra de origen francés inicialmente se refería a las tabernas donde la gente se reunía, y poco a poco fue transformándose para abarcar todo aquel café o taberna que incluyera algún tipo de entretenimiento. Pero no como el que se están imaginando. Si bien había espectáculos de baile, lo más común eran shows de mímica, de ilusionistas, humoristas, cantautores y poetas, entre otros. Se podría decir que era lo mismo que un teatro con la salvedad que la gente podía beber y conversar.
Contrario a lo que la mayoría piensa, el auge de los cabarets (o más bien de los kabarett) se dio en Berlín; hasta que, por la Segunda Guerra Mundial, muchos artistas se refugian en otros países, llevándose con ellos la tradición. Y así es como empieza la expansión de los cabarets, como un lugar para que la gente conviviera, pudiera escuchar orquesta en vivo y disfrutara de un espectáculo. Llegando a las grandes capitales de la época.
Claro, no todo fue tan santo, es cierto que había toda clase de espectáculos, pero cada vez se popularizó más el cabaret como un sitio de shows escandalosos, bailes “indecentes” como el can-can y puestas en escena con muy poca ropa, pero mucha interacción. Tal como, efectivamente, llegó a ser el Moulin Rouge en París, el Els Quatre Gats en Barcelona o el Die Katakombe en Berlín.
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