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…como me ves…

Tinaja de barro cocido. Acrílica sobre cartón. 23.3 x 35.1 centímetros.

Es la faz marchita para la misma historia varias veces contada en la que surgen nuevos elementos borboteantes después de largos silencios en la meditación para encontrar una definición, un nombre paralelo, un indecible saber con qué rozar la superficie del poder omnisciente encerrado en cuatro letras.

Al rigor de la memoria parcial afianza el buen hacer y omite lo superfluo -lo vano- expresado con sus tradiciones deslavadas y “ridículas», manifestación de educación y cortesía a horcajadas en un lenguaje extraño en el cual campea la sencillez –que no simpleza– del humor zarandeado con ausencias dolorosas, soterradas.

Sus baratijas mentales y sociales son el asidero a un pasado semivelado, cuando en la vida era importante para alguien y hoy, enfrentado a un bibelot apolillado, de vez en cuando desempolva las evidencias, los retazos de una vida alejada a la dependencia, sin una alabanza por reconocimiento a sus aciertos mínimos encumbrados en sueños trascajonados.

En la consciencia de la sujeción al tiempo (el heredado, el lentamente asimilados, el impuesto), la síntesis humana puede parecer adusta, agria; sabe cómo es el mundo y asume por veraz la muestra de aquella existencia invertida en el espejo.

Algún día sabrás que en un cuerpo doblado donde el aire agita los rescoldos de una cabellera ahora cenicienta, en la salivante sonrisa desdentada, que en la mirada acuosa y bajo los surcos en la piel, aun late el estremecimiento vital silenciado por una ley impuesta en el tumulto de la juventud.

Todos vivimos la vida para, al final, saber sólo dos cosas encadenadas, imbricadas: los triunfos son efímeros y compartidos, los fracasos son lo único que queda para uno mismo y para siempre.

-oo-

Con paso poco firme, los anteojos inútiles y recién desvelado lo que durante los años aprendí en la ensoñación de un futuro compartido, menguaré el frío acumulado en el trozo desmoronado de pan, beberé lentamente del despostillado recipiente del café recalentado durante la espera inútil; con la cabeza levantada y el rescoldo de la sonrisa anclada en las comisuras de los labios saldré al sol olvidado y bajo las nubes ralas calentaré los huesos para luego huir de su rigor, y miraré -sin anhelo de heredar- que hoy es mi día, aunque de aquella cabellera negra, ondulante en el recuerdo, sólo queda un borrón de realidad y un suspiro por evidencia en un mañana que declina.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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