Ataviémonos con hermosas vestiduras
y al aire las plumas hermosísimas
de (las) águilas y (los) quetzales agiten el deleite de la subsistencia.
Lavémonos, peinemos las cabelleras,
quitémosle el polvo a las sandalias;
unjamos el cuerpo purificado en el temazcal
para cubrirlo con una columna de copal
girada a los cuatro puntos y al centro
las postreras cuatro jícaras en el festejo de los sabios.
Una mirada y una oración al joven sol
y en la mano un mazo de flores de papel
sujetado con pulso firme,
y, mientras al campo lo perfuman los pimpollos
vibren en los muslos las púas del sacrificio
y las gargantas honren al Señor–Señora de la Vida.
Juguetee la vista entre las ondas del río,
descansen las manos enfrentadas al viento del norte
y las voces de las creaturas junto a la del tzentzontle
agradezcan en silencio bajo el destello de luna
aposentada sobre la piel del jaguar.
Esforcémonos para vencer,
atemos fuertemente la barca
para que ningún temporal la arrastrare
a la distancia y quede perdida,
mañana enfrentaremos al brioso río;
el viaje será largo, penoso, agotador.
Ya no habrá llantos, ni hambre, ni dolor,
animosos llegaremos a la otra orilla
guiados en la travesía por un perrito amarillo.
Y si alguien solloza nuestra ausencia
sea breve el llanto y el recuerdo bendecido;
—entre los giros de los vientos irascibles
la canoa es frágil y el río anchuroso, fatigoso,
las piedras brutales pedernales, los lamentos
heridas que marcan el coraje— y ahí, quizá,
nos llegue el canto armonioso de una mujer.
Un día regresaremos
y la Vida será de sus hijos esforzados
con argollas doradas en los brazos, cascabeles galanos
en los pies y por corazón una piedra verde.
Descendamos la escalinata asperjada con la sangre
y las lágrimas de las creaturas,
oréense nuestros cabellos,
demos dentelladas al viento
y si cae el estruendoso fulgor,
no venza al ánimo ni desfallezca la mirada.
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