Campus

Don Depre

Con el roce de tus manos me brotan alas;
escucho y tu aliento es recreación,
notación antigua de silencios y sonidos.
Llanto que es turbión, borrasca sin control –un cosmos por mirada estalla en la oscuridad primigenia trastocada por un arador ebrio entre los pliegues de la tierra–, luz menguada.
Por el mordisco a la manzana queda uno exhausto en un suspiro donde caben mil promesas alcahuetas.
En las pestañas estrujas aromas viajados entre las estrellas usurpadas a las púas del árbol queretano, entre un tañer de campanas pétreas y un cuajarón recubierto con tierra apenas aireada.
Piel en donde queda la ciencia postergada, arrasada, vencida entre juramentos deleitosos, repetidos, consumados, florecientes.
Nada postergamos para después y del ayer nada sabemos, continuo aprendizaje, aromas y dolores nuevos, diferente el rostro, distinto anochecer; otros son los días y la ciencia parva.
Dos
Alguna vez tus manos liaron dos nombres con presagio de un tercero (ante miles de ojos inquisidores del color), cada uno un sol-estrella y las noches sujetadas a un susurro primordial con abecedario por formar.
Hoy bordarás con dedos cansados y la vista disminuida un calvario hecho con recuerdos en el que no caben más que formas traicionadas y el nombre detestable de quien no argumenta.
Esgrima de un ganchillo en arrebatos del sube y baja –dos derecha y tres izquierda–, danza que resguardan lo vigente. Quizás alguna vez un signo extraído abruptamente del recuerdo afee la trama y hiera sin querer tus dedos ágiles por donde bulle el calor cuajado.
El vigor del río, la vitalidad de una huerta están en ti junto a un cautivo rosario de promesas y temores; mustia la frente para una sonrisa ocultada a quien llenaba los días y las hojas con su nombre.
Tres
En los terrenos del volcán siempre hay mejores viñedos y trigales fecundos, sangre y carne de la tierra.
Entre el negro denso de una cabellera las estrellas aturdidas contrarrestan con un beso ancestral los vértigos de un viento gris hermanado a un mar profundo convulsionado por un demonio amargado.
Cuatro
Cuerpo con cuerpo, todo inicia en pecado que conlleva el embrión de la expiación.
Tentación, agitación candente en el extremo de la pérdida del “yo” en la góndola de la unidad indivisible. Hervor sin heraldo, aliento interrumpido para terminar en llanto, en autoinmolación.
Cinco
Pende la granada de su rama y el higo dulce de su simbología arcana, el adorno que acompaña los giros en la danza femenina, el murciélago en la oscura cueva y la araña de su trama; la manzana de una densa historia trastocada la voz antigua de pecado. Decimos de la estrella señera en el cielo y la pluma que marca un presente repetido para otra realidad diferente, del ancla que roza un vientre calafateado en espera de aposentarse en un tálamo arenoso y es el mismo triunfo de la estalactita para denominar pendón al heraldo en pos de la victoria.
No hay ofensa, pues, al decir que uno pende de una ensoñación, de alguna reflexión mental o que está –en aparente inutilidad– pendiente de los giros de su mente.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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