Vibración cotidiana yacente a medias entre las ondas del aire y la esperanza; remeda a la Naturaleza cuando desconocidas las fuerzas primigenias la transmutamos en vibración sacra por y para los dioses a quienes alegráramos con el canto, con él nos congratuláramos de ser y a la vez imploráramos su benevolencia con la rítmica creación sonora para sosegar la parte la maligna de su esencia.
(El canto burdo quedó en la Tierra, en la vida pedestre de los humanos, cuando esquilmáramos a las divinidades su predominio, desde el momento que al poder creador -el vientre sacro- abriéramos las entrañas pestilentes para acompañar, para hacer el coro degradante en las alegrías efímeras, en los sufrimientos encadenantes.)
El canto es el dueño del tiempo iniciado y en el momento final; sueño y vigilia, alaba la cuna y al sepulcro; es vocero de la anhelo y compendio de lo que fue.
El canto al bajar al nivel de lo humano toma de la tierra nombre, verbo y color, apariencia y variedad, sinonimia de lo interior que, apenas cercado, es un destello mínimo agobiado por la impotencia para lograr un reflejo pleno, para traducir en lengua el diario hacer, lo que nace y perfecciona en el interior del privilegiado en el grupo. Es regocijo y dolor compartido; plegaria olvidada por los “señores supremos”, suspiro de las entidades entrelazadas que poco más o menos adquieren el enunciado casi perfecto, encarnan y son la fuerza para engrandecer al amor desdeñado, las ilusiones marchitas y la brecha nacida entre dos.
El cantor habla de su campo, de la feracidad, del barbecho, de la traza verdecida, de la calamidad, del terrón, de los opuestos en la existencia: del tú, del nosotros a partir de la visión personal con sus yerros y sus aciertos, que, concatenados, apropiase de algún fragmento vital en la transmisión del uno al otro.
Es su origen lo empíreo descendido con rostro de verdad naturalista; exige ritmo, tono adecuado y dicción, la clara transmisión del verbo y el pronombre del que habla. Esta vibración emergida, lanzada al exterior -en la hermandad del sonido y el silencio- manifiesta a la esforzada labor humana para abatir al olvido a fin de heredar la voz agitada de quién uno fue; a veces, es equilibrada congoja sin cresta, pausado grito contenido en el brocal de la garganta o esténtor vuelto suspiro.
Con el canto, la humanidad emula el lenguaje de los dioses puesto en los prodigios de la Vida (la esencia del fuego primero, del viento original, el bullir de las hojas ancestrales, lo oculto del torrente y el color cambiante, renovado, palpitante, de la vida diferenciad, el movimiento astral), los hace oración ritual con el fin de alcanzar las cimas celestes y pugna por hablar a lo eterno con la misma sintaxis: es semilla dividida en ella y él, tu origen y el mío, donde todo renace.
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