Águila. Lápiz sobre marquilla. 24.5 x 32.0 centímetros.
La Naturaleza envolvente queda sintetizada en las banderas nacionales -con mayor vivacidad o simbolismo-, según el momento histórico patrio para cada una.
En ellas asientan la fauna, la flora, la topografía y/o la atmósfera circundante puesta a los ojos del mundo por las comunidades humanas resguardadas al amparo de un Código Social aceptado por cada uno de los grupos donde las individualidades riñen por el predominio de su razón.
Algunas reflejan a las claras el apego al entorno, la identificación plena con su tierra y los antecedentes totémicos; otras, llevadas a la sencillez máxima, corresponden a la expresión de una evolución sublimada o a las apetencias culturales.
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Durante la etapa escolar, los instructores afirmaban que el verde, el blanco y el rojo significaban la esperanza de la nación, la pureza de los ideales y la sangre derramada de los héroes, cuando, correspondiente al momento histórico, Enrique Krause en su «Siglo de Caudillos [1810-1910]», editado por Tusquets en el año de 2003 -en su página 103-, al narrar la entrada de don Agustín de Iturbide en la Ciudad de México el jueves 27 de septiembre de 1821, asienta: » La bandera de aquel ejército que simboliza el contenido del Plan de Iguala fue tan popular que, con leves modificaciones, sería adoptada como bandera nacional: sobre el fondo blanco que representa la pureza de la religión católica [asentado por Eduardo Matos Moctezuma en «El México prehispánico y los símbolos nacionales -Arqueología Mexicana, volúmen XVII, número 100-], al lado del verde que aludía a la independencia y del rojo encarnado que recordaba a España, se colocó el emblema de la mítica fundación de México-Tenochtitlan por los aztecas [mexicas]: un águila que, sobre un nopal, devora una serpiente.»
En «México y sus símbolos patrios» [Editorial Avante, 1994], la profesora Carmen G. Basurto, difiere un tanto al afirmar que el significado es: «… el blanco, la pureza de la religión; el verde, la independencia, y el rojo, la unión.»
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Y cabe en el momento armonizar un tanto la imagen física de los autores del Himno Nacional Mexicano abandonada a los estragos del tiempo.
El hecho de la prematura muerte de don Francisco González Bocanegra y la longevidad de don Jaime Nunó determinó la impronta juveníl del primero y la evidente senectud del músico catalán, cuando en realidad ambos nacieron durante el año de 1824 y, mientras el poeta potosino fallece en 1861, el músico muere en La Habana, Cuba, durante el año de 1908.
Así pues, los dos contaban los 29/30 años de edad al momento del estreno del Himno Nacional Mexicano [15 de septiembre de 1854].
Engaños de la iconografía oficial.
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