Fui uno entre los miles de paseantes incorporados a los millares de eones plenos de luminosidad fluida antes de posar los pies en esta roca todavía bullente, golpeada inmisericordemente por los fragmentos volátiles creados en el estallido original, mucho antes que la disposición generara las primeras máculas de oscuridad, cuando este soporte con forma apenas retenida en el hervor incontenible fluyente —intestino— hasta el exterior semejante en todos los cuerpos insinuados y errantes antes de que una realidad no atestiguada adquiriera el muestrario de los colores primordiales.
Gas, luz, ardor, fuga y contención de las partículas compartidas en la energía evasiva controlada por una armonía incomprensible entre el estruendo sin sujeción ni recepción, indiferenciable manifestación de la fuerza indiscernible en el caos siempre recién creado en la continuidad.
¿Qué ojos que no son ojos atestiguaban la bullente transformación? ¿Qué oídos que no son oídos escuchaban el tremor, el crujir universal? ¿Qué olfato que no es olfato aspiraba los vahos de la generación? ¿Por qué sin su poderío el tacto sentía la consciencia aquellas formas y asperezas ardorosas? ¿Porqué sin el sentido increado sorbía golosamente las propiedades aún sin encriptar latentes en el fragoroso hervor de la materia? Porque ya pulsaban aquí la isla de salvación, las olas incansables, el viento fresco, las aguas propicias y la hierbas refrescantes; porque estaban aquí sin imaginar la multiplicidad de las flores, de los árboles y los hongos, el agua, el sol, el viento, los ríos, las lagunas y los mares, las cimas y las simas, el silencio y el eco; campeaba embrionario el verde refulgente y reinaba la arena; pugnaban el día, la noche, el sigilo y el estruendo, el chirrido y el barritar; la vida menuda soterrada ya acompañaba el ensueño de las enormes y pesadas estructuras terrenas, aérea, marítimas por venir.
Y llegó el cántico etéreo entonado por los seres por venir, por aquellos que sin letras y sin tonos ya llevaban en su ser inscrita la creación:
Ensueños en la fuga de las miles de estrella claudicantes,
soles novedosos perfilan el rostro de las lunas menguantes,
un vaso con euforia burbujeante reflejada en los ojos
emborrona las notas de la canción entonada con frases titubeantes
sobre un muro derruido donde
—confundido el bien con el pecado—
en las latitudes sin gradaciones no sujetas a palabras
son un arcón celeste con promesas vaporosas.
Espuma iridiscente en el mundo de cristal
al ritmo de aquel coro filtrado en la consciencia.
Todo estuvo y está ahí, en la eternidad de un pestañeo durante las horas del sueño colectivo, cuando el cintilar incentiva a la atención. Todo estaba ahí y tú ya estabas en los ciclos por crear.
Comentarios Cerrados