La humanidad les distinguió con un denominativo esquilmado posteriormente, en su forma simple o a manera de lugar, para forjar la expresión patriarcal; encumbrados en la esfera celeste determinan el porvenir mediante el ambiguo, convencional símbolo de la ideas.
Puestos en la diversión cruenta, son los gladiadores con qué llenar el largo encadenamiento durante el ocio infecundo.
Con su imagen -olimpo faunico- prefiguramos a las virtudes y a los pecados, a la estulticia y a la meditación, a los aciertos y a los yerros, a las torpezas y a los penosos ascensos, a la lealtad y a las traiciones, a la ira y a la mansedumbre, a la violencia y a la paciencia, a lo arcano y a lo evidente… todas las potencialidades las reflejamos en el espejo de las estructuras diferenciadas; a solas o en grupos, en su semejanza o en su contraste, con sus ayes de dolor pueblan los mitos y las religiones.
Los creamos en número, color, tamaño y género -a conveniencia- y, para controlarlos, nos inventamos tablas económicas donde sacrificar sus vidas; despoblamos el mundo de su presencia y en la multiplicación del grupo humano les invadimos sus espacios, así, con tal racionalidad, nos abrogamos el derecho de castigar su intrusión en la vida pacífica de las generaciones adámicas.
Copiados en el peluche, vinil, en la crujiente galleta, en la pastosidad del chocolate o en el crujiente caramelo, truncamos los brotes verdes en los prados para imitar su estructura… imprimimos sus imágenes a veces reales, en otras con la ternura de las caricaturas en las envolturas de los productos de consumo para ocultar, con nuestra capacidad de compra, la mermada energía bajo la imagen de su poderío natural injertada en una estructura mental fallida.
Su zalea cubre nuestra piel y con su figuración esquemática, ornamos un carcomido sentido nobiliario.
Están cercanos a nuestro respeto las que podemos meter en la casa y abandonarles cuando estorban, los «protegidos» en los zoológicos y los torturados en los circos y laboratorios…; malhayan el dugong, el trilobites, el desmán, los animales en las entrañas de la tierra y los mares, muertos sin censo ante la belicosidad humana en pro de un ideal ficticio… porque si destruimos a los que «amamos» ¿qué suerte callamos a los repudiados y a los ignorados?
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