En el cartel la imagen sonriente con un toque de sensualidad y, en el escenario, la versión actual de ella. Las facultades vocales contrastan con las habidas en la reproducción puesta en el mercado. Son dos las realidades en la mujer que aparece entre vapores de hielo seco y reflectores en el espacio de su expresión artística. Porque ni es la juvenil oferta impresa ni los alcances de su voz medianamente cercanos a los sintetizados con la tecnología.
—Dos—
A simple vista uno sabe que el vaso —o tasa, para el caso da lo mismo— en la mano de los actores está vacío, tanto el movimiento del brazo como el del aparente sorbo al contenido nulamente reflejan el acto de beber un líquido. Desespera aún más que recién adquirida, la bebida —café— vaya prontamente del recipiente a la boca sin el terrible ardor que la realidad marca. En una situación verdadera el personaje independientemente a un gemido atávico exigiría una pronta atención médica.
Y ¿qué pensar del desperdicio de alimentos? Enamorados, detectives y policías, buenos y malos, hombres con hombres, mujeres con mujeres, en parejas o en grupos, en casi todas las escenas donde el acto de alimentación queda grabado pocos terminan con lo servido en los platos o en servilleta callejera. Es recurrente y deprime que en un mundo muerto de hambre —aunque sea en la ficción— el comprador de hot dogs, sándwiches o pizzas urbanas arroje al cesto de los desperdicios esa muestra de la comida rápida, el snack de “ellos” que en cuanto a nuestra lengua tenemos el cantarín término de “tentempié”.
—Tres—
Para moderar el juicio y aceptar que las apariencias engañan no hace falta mas que interrogarnos ¿porqué a todos los “malos” —desde las recreaciones de un Al Capone y cofrades— les engalana su preferencia por la ópera, si es sabido que en lo musical representa el complejo espacio de la manifestación culta en el terreno de los sonidos y silencios? Y lo peor, resultan detestables con sus risas burlonas al impartir las órdenes que destruirán vidas y patrimonios de sus opositores o de la gente de bien, lo que a partir de la estrategia militar queda en el rubro de “daños colaterales”.
—Cuatro—
El reclamo en el mensaje publicitario determina una reminiscencia de aquellos emitidos en las décadas de los cincuenta y sesenta, lo cual le hace un tanto obsoleto. Contiene un reto y a un mexicano en sus cabales no se le reta porque el resultado será el opuesto: “¡No te lo puedes perder!” obtiene rápida respuesta: “¡Ah! ¿no?” o que de menos, en lo desgastado de la frase, el efecto resulte nulo.
—Cinco—
Y continúa la acentuación equívoca en las entrevistas, transmisiones deportivas, anuncios comerciales e inclusive en el doblaje de las series televisivas: qué, cómo, cuándo, dónde, quién suplen inmisericordemente a los afirmativos… y la herramienta de todos esos profesionales es nada más y nada menos que “la palabra”. (Y ¡qué lenguaje! En su vano deseo por reflejar la realidad abandonan la misión de instruir).
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