Ayer bajó hasta el río con el cuaderno de recuerdos bajo el brazo y una carpeta de cartón con papel multicolor.
Con pausada labor formó las estructuras navegantes y en cada barquito escribió un nombre, de ellos, de los idos, de aquellos cuya separación es total, definitiva.
Terminada la escuadra, colocó una bandera de listón en cada uno y uno a uno le dibujó un nombre, le colocó un distintivo/síntesis de lo que en su vida fueron. Así, el primero de ellos era de papel periódico para rememorar el aroma de aquel que día a día llevara a la casita al regreso del taller de las palabras, del arcano saber disciplinado letra a letra, en éste, asociado a su nombre propio añadió el de “María Luisa”, para unir el de aquella primera novela de don Mariano, impresa en los talleres de su abuelo y de su padre ; en otro dibujó a babor y estribor, galanamente el nombre de ella, evidencia más que suficiente para enfatizar que en su familia de dibujantes y pintores el asunto no terminó tan mal en manos de su hijo. Aquel otro lleva tremolante en la giba del falseado velero, un trozo de listón rojo, semejante a aquel con el que la segunda “ella” atara su cabello en los mejores tiempos.
Surca las apacibles ondas del río el cúmulo abigarrado y marinero de los seres/nombres: de los abuelos adoptados, los de las madres ajenas y queridas, de aquellos que en ausencia aún son amigos, de los compañeros animales, de los familiares escabullidos en plena juventud; guían el navegar de los nombres femeninos, de los masculinos, un barco negro, el del fiel y cariñoso compañero y el barquito blanco de la tierna camarada, ambos sin nombre, porque es bien sabido por quiénes son las referencias.
Al finalizar la muda oración les prendió fuego. Fue un sepelio largo y penoso donde los hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, flores y animales llevaban la antorcha del pasado fugaz con pretensión de eternidad: ¡Gloria a quienes surcan la corriente en el crujir de la pira informal!
Y si en algún momento pensó que ese ritual de fuego cauterizaría tanto vacío y dolor, estaba equivocado, así lo supo y al final ya no subió de regreso a la casita. En la orilla, una destripada carpeta de cartón guarda un último listón morado con tres o cuatro hojas extendidas para retener el pasado y, en la orilla lodosa del recodo en del río, dos zapatos esperarán inútilmente el calor de sus pies.
Comentarios Cerrados