Campus

Granizo

depre918

El granizo cubrió el espacio con su grueso tamborileo, apelmazó la gruesa capa de recuerdos sutiles sepultados en la tierra donde generaciones de seres sin importancia sepultaran los cordones umbilicales de las generaciones atraídas al rigor del mandato ancestral y el ensueño de un disfrute en la realidad benevolente de aquel espacio levantado esforzadamente por muestra de buena voluntad. Golpeteó en la viga carcomida, caída de uno de sus lados sobre el aplanado de tierra, penetró sin mayor destrucción por el amplio espacio abierto del techo en lo ya derruido, por las escuetas oquedades alguna vez fueran ventanas adornadas con las pequeñas macetas colgantes y escurrió por el único y oscurecido tablón anclado al poste por los torcidos goznes herrumbrosos.

El viento acumuló en el rincón un montón de pequeñas bolas de hielo, compactó las capas de las polvaredas continuas, arrastradas de aquí para allá y de vuelta incontables veces.

Percutió en el aplanado de la derruida casita imponiéndole un ritmo viejo en clave ajena y tiempo desconocido, imitó por corto período el latir fugado y un crepitar de fuego con un aroma diferente al diario recalentar del adobe descarapelado y frotó los hierbajos ocres desganadamente anclados a los muros lentamente achaparrados.

Y este punto martirizado fue alguna vez el templo para disfrutar en silencio una taza con el café y en su sombra disfrutar un jarrito colmado con el agua reconstituyente tras la labor diaria del surco. Quizás bajo la capa de lodos está el comal destruido —ahora restituido a su forma original—, oscurecido en su inutilidad sobre sus mojones/soportes cuando con mirada vaga, hipnotizado con el bailoteo de la llama, de uno prietos labios masculinos brotara alguna frase corta emula del complejo galanteo ancestral en la rústica doble cercanía hasta encontrar en unos ojos almendrados la aceptación enrebozada de la aceptación.

Granizo sobre granizo, temporal tras temporal, destruyeron y destruirán un poco más los recuerdos adheridos en los muros vencidos y en la primera hilada de lo que fuera la parte trasera de aquel hogar arruinado y ya sin nombre, donde antes picotearan las gallinas y hoy ni los pájaros encuentran motivo para reñirle a la tierra el sustento y sólo de vez en vez, alguna nube errante engaña con su promesa o esporádicamente bendice desganadamente el empolvado espacio al que hoy, la granizada compacta un poco más.

La granizada desgarró aquel aire enclaustrado, troceó la paciente y rutilante labor de las arañas y dejó el aroma de la tierra mojada que ya nadie disfruta y que a nadie llena con recuerdos y vanas esperanzas de bonanza.

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