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«Juana»

No tenía caballo. Su imagen lejana al celuloide, sin afeites para una iluminación –extraña a su tierra natal–, tenía de lo humano todas las flaquezas, distante a la forzada imagen de la personificación acicalada y bronca creada en el exceso de la fantasía aquella inculta mujer vestida con “… una blusa negra, rebozo, lentes oscuros, falda gris, medias de popotillo, sombrero de paja ala ancha, un bordón y su perro ‘Jazmín’…”*, “… mujer pequeña, de piel morena clara, ojos oscuros, mirada brava… frente amplia y despejada, nariz recta, labios gruesos, cabello negro y abundante…”, es efigie cercana a la vida popular mexicana, y dichas descripciones, hermanadas a las degradadas fotografías de la época, permiten un acercamiento a la esencia de criatura nacida el 1 de octubre de 1876 en el matrimonio de Ángel Susano Ramos y Rebeca Cesáreo Aguilar, niña a la que impusieron el nombre de Ángela Ramos Aguilar.

Ángela Aguada sobre marquilla 24.5 x 32.0 centímetros.

Pendenciera y rebelde desde pequeña, por su comportamiento explosivo el cura del templo de “Nuestro Señor Jesús” –cercano al barrio minero en donde naciera Ángela–, José Eugenio Narváez, le cargó con el sobrenombre bisexual de “Juana Gallo”.

De esta mujer inclinada a la bebida y la parranda, lépera y alburera sin mayor maldad, se dice que a los trece años consintió en el rapto por un capitán de “La Acordada” de apellido Carrillo; de él tuvo un hijo, muerto a los pocos días de nacido. Ángela regreso alrededor de los diecinueve años a la casa paterna y no se sabe de matrimonio ni de otros hijos.

La verdadera “Juana” nada tuvo que ver con la Revolución, era más una católica a su manera que “cristera” y su filiación con los movimientos armados proviene de su paso por las cantinas de los hermanos Enciso, de “El Porvenir” y de otras de menor jerarquía en Zacatecas, en las que, independientemente a “echarse” su tragos, aprovechaba para vender sus tacos de papa, de frijoles, de queso, de chile rojo, guisados con manteca, junto con “los relojes” (gorditas rellenas de chorizo con huevo).

Esa es la imagen más cercana de quien alguna vez enfrentara al General Benjamín Hill encomendado con la clausura de las iglesias en Zacatecas: “Agradece al chaparrito –referencia al vicario Jesús Flores quien calmara la belicosidad de Ángela acompañada de otras mujeres armadas con palos y piedras– que si no ya podrías saber lo que vale Zacatecas”.*

Ángela Ramos Aguilar, “Juana Gallo”, murió por un infarto en el año de 1958 en su minúsculo y humilde cuarto amueblado con “… una silla, un espejo roto, una cama con dos cobertores y dos cuadros religiosos”.*

Quizá una vida así no tenga más gloria que la reducida y evanescente de la localidad, digna sólo para referencia chusca y rebuscadas similitudes, pero, aún con ello, más que la vilipendiada gloria de la otra “Juana Gallo” **, adulteradora de toda aquella dolorosa realidad mexicana, existencia perteneciente a su tierra y como ella austera, reseca y relegada.

*Ramón Durón Ruiz. “El mañana”, lunes 16 de julio de 2007.

**Para un juicio complementario ver “La historia documental del cine mexicano” de Emilio García Riera en su tomo 7. ERA, 1975, que en sus páginas 377 y 378 reproduce los corrosivos comentarios de José de la Colina y los correspondientes aparecidos en el anuario Image et son, con firma de Guy Gauthier (1965) y los del Monthly Bulletin (1965).

“Juana Gallo” (1960). Producción dirección, argumento y adaptación de Miguel Zacarías, realizada en los Estudios Churubusco y locaciones en Zacatecas con el infaltable corrido debido a la inspiración y lírica de Ernesto Juárez frías (cineasta con 15 películas en su historial, pianista, pintor, violinista, escritor, poeta y cantor.) Autorización para su estreno: 29 de junio de 1961. (108 minutos de duración).

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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