Según el diccionario usual aprobado por la Real Academia de la Lengua Española, la palabra dehesa (sustantivo femenino) proviene del latín y significa defensa, defendida, acotada. La RAE aporta una primera acepción: tierra generalmente acotada y por lo común destinada a pastos, con el añadido de carneril, es el lugar en donde pastan los carneros y, en el caso de complementarla con el término potril, corresponde al espacio para los potros después de separados de las madres que es a los dos años de nacidos. Por extensión: dehesa es un bosque claro de encinas o alcornoques con estrato inferior de pastizales o matorrales en donde la actividad del ser humano es intensa y generalmente destinados al mantenimiento del ganado, a la “civilizada” actividad cinegética y al aprovechamiento de otros productos forestales (leñas, corcho, setas, etcétera); es un ejemplo típico del sistema agrosilvopastoral.
En su Diccionario de Uso del Español (DUE), la aragonesa María Moliner asienta: dehesa proviene del latín y significa «defensa», “protegida”. Campo acotado, generalmente de prados y dedicado a pastos. Amplía y ejemplifica, dehesa boyal: prado comunal donde el vecindario pastorea cualquier clase de ganado.
Lo anterior por buscar el significado de nombres y apellidos a ras de tierra sin el sombrío de la heráldica que la mayoría de las ocasiones otorga al portador la ilusión de un origen “puro”, cuando es realidad que pecados los hay en las mejores familias (por más que resulte afrentoso) y entre la plebe yacen los genes escondidos de los encumbrados moldeados más de una vez con inicios plebeyos.
En alguna entrevista, don Germán Dehesa afirmaba que entre más viejo a uno se le aflojan los lagrimales y con este recuerdo una muestra: Recientemente una mujer —cuyo nombre queda en el anonimato y ahí yacerá por siempre— sacrificó a su perrita con el argumento irrebatible de que un perro cualquiera dejó en ella sus genes sin casta. Al saberlo, un espeso golpe desaliva quedó ahogante en la garganta.
Esa es una muestra de la práctica humana, la juiciosa manifestación de lo adecuado sobre la integridad de otras creaturas partícipes del mismo milagro de la vida que nos llena, la soberbia autodenominación de rectores del bien común aunque ello destruya la vida, la confianza de un compañero viviente al que tomamos con cariño basados en su buena e impecable raza.
Ni siquiera el paliativo de una enfermedad incurable y degenerante, sólo el pavor ante el mestizaje aberrante dictaminó la destrucción de una perrita por quien olvidó las caricias y los juegos, la mirada y compañía de la criatura que si fuera verdad la afirmación humana de que carece de razón, es pura sensibilidad. Y eso sucede todos los días y brotan para ello miles de razones. Y aunque nulifique lo certero de todo juicio, es traición a la amistad, al compañerismo, delito a cualquier manifestación de la vida, en éste caso, con estructura de animal.
Esto sucede todos los días y para ello tenemos cientos, miles de argumentos porque ellas (“las razones”) son las que diferencian al hombre de los animales.
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