Me gusta la poesía por ser la primera memoria de los pueblos, la voz callejera de la historia. No sé de ritmos, escuelas ni tendencias, de influencias ni estructuras, de extensiones ni localidades. Me gusta la poesía porque el tono humano es su guitarra, su piano, su tambor; porque sólo le pide al viento vigor para volar y al prójimo paciencia y en dónde anidar. Me gusta la poesía así como es, como viene, sin marcarla, tal cual brota del dolor y la alegría, en el santuario y la plaza pública, porque con ella el hombre habla con Dios a su manera y a su modo riñe con el hermano que lo lee en tiempo pasado.
Me gusta la poesía porque trae el color y el aroma de las lejanías, porque contiene el sol de otros pueblos, porque son la cadencia de un rio bullente entre la falda de Leticia y el sendero trazado por las lluvias, porque es trémolo cosmopolita, viento donde colgar un recuerdo, caracol con eco ancestral. Ella habla de ti y de ella, de la maravilla que son el lirio y las estrellas, es el lenguaje oculto del pecado y tálamo de aquella muchacha virtuosa —con el brío poético queda el galán burlado y la madre santificada en la ventana—, es fraseo pulcro para un jarrón sobre la mesa y del jilguero en el balcón frontal; habla del anhelo humano y de la gesta del pan, del contorno de unos ojos, del sobrevuelo en procura de un cometa por su cauda.
De allá vienen múltiples voces amplificadas con el estruendo, acá las hay bien acicaladas, acalladas por complejo.
Que su Mediodía sea de amanecer don Jaime, de lucidez mañanera, maestro Torres Bodet.
Tener, al mediodía, abiertas las ventanas
del patio iluminado que mira al comedor.
Oler un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir cosas sencillas: las que inspira el amor…
Beber un agua pura, y en el vaso profundo
ver coincidir los ángulos de la estancia cordial.
Palpar, en un durazno, la redondez del mundo.
Saber que todo cambia y que todo es igual.
Sentirse, ¡al fin! maduro, para ver en las cosas
nada más que las cosas: el pan, el sol, la miel…
Ser nada más el hombre que deshoja unas rosas,
y graba, con la uña, un nombre en el mantel…
Jaime Torres Bodet
(México, D.F.; 17 de abril de
1902 –13 de mayo de 1974)
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