Campus

Navegante

 

Regresé a su margen para recuperar el aliento y acaso entrever, oculta por la feracidad del verdor, aquella figura mínima lejana a su infancia; regresión a un espejo donde navegaran con el aliento de la imaginación los trirremes y “a todo trapo” subieran y bajaran por las gibas retadoras las múltiples goletas, las chalanas, aquel desarbolado galeón o el raudo bergantín hundido con metralla de canicas; etapa de inconsciencia para una piratería con maquillaje de heroicidad que entre segundones y evadidos formaran la hermandad de los sin patria; en donde brillaran armaduras junto a los harapos, un parche que buscara inútilmente a la estrella polar y un trozo de leño pulido imitara a una pierna para ocultar un feo muñón que hoyara la arena de playas distantes y en ella plantar la huella de una infamia adormecida con ron.
Ese río algunas veces fue frontera exótica e ilusoria y en otras un reguero de esperanzas, flujo hacia el poniente y paseo obligado para desgranar entre naderías un rosario de ardores parvularios recordado con el rítmico aleteo de las incontables criaturas aladas diferenciadas en formas, tamaños y colores; susurro contenido entre las voces de los pájaros y una mirada esquiva.

Sobre los linderos de piedra encajada en las paredes de tierra, una orla profunda de olores/colores proveía con sombras de tintes verdes fecundos un frescor necesario a los paseantes, mientras un chapoteo y el croar repetido anunciaban otra generación de vida entre los hijos del recodo.

Erik “el rojo”, Leif Erikson, quizá Pompeyo, una nube negra de piratas turcos, Morgan, Raleigh, Laffitte, Jean David Nau “el olonés”, Colón, Vespucio, Magallanes… ignorante en el saber de Toscanelli, sobre sus ondas puse una estructura marinera de papel escolar para llegar a buen puerto, al cobijo seguro y anhelado para un mensaje que la voz acobardada negara al oído de aquella ilusión con rostro moreno.

Hilera de copas frondosas reflejadas en el mudable correr de las aguas repiten a la inversa, en el espejo trémulo, las ondas del viento tenue que entorpece al tórrido calor su imperio, su preponderancia.

Sé que ésta que canta no es la misma alondra ni éste un vislumbre real de la Hortensia perdida que el anhelo pone sobre el ahora vientre pútrido. Sobre el lecho aceitoso verdigris yace el pasado mezclado con la manifiesta civilización del plástico y los desperdicios que evidentemente no llevó el viento al canal reseco: vena exangüe, venero vuelto polvo sucio, sin gracia, sin memoria. Sobre ese pestilente escupitajo surge una mirada menguada y el nuevo rostro ajado es muestra de la aniquilada esperanza por encontrar aquella flor preadolescente entre los giros de la doble onda amorosa y rumorosa del aire entre los árboles y el correr del agua que alguna vez fuera beneficio para el conglomerado múltiple en el animado espacio multicolorido, donde multitud de voces ahogadas con la emoción entonaran una plegaria enmudecida ahora entre los cimientos de la modernidad.

–II–
Ayer me dijo Helena
que para mirar otra vez el mismo río,
extrajera del recuerdo aquel brío,
para enjugar, para lavar una ilusoria cuna.
(Fragmento. “Río en la infancia”).

 

 

Comentarios Cerrados

Los comentarios están cerrados. No podrás dejar un comentario en esta entrada.