Ometeotl es la unidad Tolteca: “señor y Señora de nuestra carne” (Tonacatecuhtli – Tonacacihuatl).
Ometecuhtli: Dos-Señor, Omecihuatl, Dos-Señora, dos entidades en una sola divinidad, los principios masculinos y femeninos en la dualidad detentora del Universo.
Ometecuhtli radica en Omeyocan, el Lugar-Dos; desde ahí envía a los niños al seno materno, origen de un sendero descendente marcado por las huellas de unos pies.
Tloque Nahuaque: Señor de lo Cercano y de lo Próximo, Señor del Tiempo, Señor de toda procedencia a quien no le son gratos los sacrificios humanos porque al Dios original, a la divinidad primigenia le resultan detestables.
Es el principio de lo supremo, fuente de todo surgimiento y es él quien mora en el espacio azul, en lo más alto de los trece cielos y en el centro de los tres mundos: el cielo, la tierra y el mundo inferior o subterráneo.
Un rostro descarnado y el otro con un pico son la representación de lo terreno, del fin de todo lo nacido y de su ubicación en todas partes a la manera del viento.
Ometecuhtli y Omecihuatl tuvieron cuatro hijos: Tezcatlipoca negro; Quetzalcoatl, el dios del viento; Xipe-Totec, dios de las siembras llamado también Tezcatlipoca rojo, y Huitzilopochtli, el dios del sol y de la guerra, los cuales corresponden a los cuatro puntos cardinales y sus colores distintivos: el norte es el negro, el poniente es el blanco, el este es el rojo y el sur es el azul.
Es nombrado Tlacatle “Señor y Señora de nuestra carne”; Ipalnemohuani, aquel por quien lo vivo es vida; Yohualli-Ehecatl (invisible como) la noche (impalpable como) el viento; Moyocoyatzin, Señor que a sí mismo se piensa, que a sí mismo se inventa: nombres para una totalidad, para una presencia sólo dable a pronunciar con flores y cantos, con la poesía y la música de sus criaturas, con la tinta roja y la tinta negra del tlahcuilo.
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