Sucedió que en tu ausencia el tiempo le marcó apresuradamente el rostro con el surco de las penas y le desguarneció la cabeza para dejarle sólo cenizas de lo que fuera juventud.
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Un centón de recuerdos cubre la infundada esperanza por un reencuentro fortuito velado con mudez, el atragantamiento ante la anhelada sorpresa para reconocer, tras la faz labrada de unos rasgos sin olvido, una mínima sonrisa, un ¿qué tal? sin pretérito, tosquedad del raciocinio que es contrapunto de una vana ilusión, de un susurrado “pudo ser” para disimula la aspereza de aquel punzante “no más” remetido a la fuerza en los vericuetos de la salud mental: recuperar el aroma, el tono de voz y el fugaz contacto de esa extrañada calidez latiente para confirmar la permanencia de los gustos compartidos para rechazar el vigor de las nuevas experiencias y saber de lo adquirido y lo perdido: que la lluvia sea otra vez bienvenida y el cortante viento frío motivo de cercanía, que en consonancia a su la luz el sol retenga la visión su poderío y que bajo el disco de la luna renazca la tonada olvidada; y si de aquella comunión nada queda mas que el anhelo y un destello opaco del “acaso”, que el estruendo matutino de los zanates, el aleteo de una primavera, el zureo de las palomas, el cantar de las muchas aves acompasado al mugir en las majadas, el gruñido en los chiqueros, el cacareo en las empalizadas y el murmullo del río por entre el pasaje de los susurrantes árboles renueven el recuerdo, mitiguen la pérdida y aunque las estrellas, el sol, la luna, el viento y la brizna son los mismos y en parte de ellos quedó el suspiro vencido de cuando todo era posible y las dos miradas gozaban lo mismo, antes de que las virtudes menguaran y los defectos fueran todo y separación, que la quebrada voz entone la letanía de esperanzas y en cada uno sacie el ensueño y la angustia del alejamiento.
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Sucedió que en tu ausencia el tiempo le emborró en la frente los delirios de la adolescencia y le esquilmó a la mirada otros derroteros, languideció su voz atragantándosele en la garganta el verbo procaz y de las manos huyeron otras caricias, que perdió pulcritud junto al horario de comida y hoy únicamente repite tu nombre a escondidas (sin cuaderno y sin lápiz).
Sucedió que en tu ausencia lo que eran costumbres desencajaron las virtudes y lo que era mutuo ahora es tedio.
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