Escotoma. Acrílica sobre cartulina. 21.5 x 28 centímetros
Vio la oscuridad profunda, agreste, cuando su cuerpo -un casi nada translúcido- después de un largo y perezoso recorrido por la vida, recibió una dentellada brutal de dos hileras calcáreas. Parte de la fuerza recibida, llevada para su herencia y depositada en el conglomerado globular, fue succión nutriente para el continuo reaparecer en una nueva estructura que alimentará otras formas vivientes.
Cutícula, escama, pluma, pelo, cubrieron en orden progresivo las cambiantes coberturas para los tejidos diferenciados.
Arriba, el cielo azul visto en gama de grises, abajo, barahunda renovada; miles de animales maravillosos ignoraban su desplazamiento aéreo, su continua búsqueda de gusanos, de los pequeños insectos acorazados y de las ostras con los rutilantes diseños que aportaban vigor al pensamiento mínimo, apenas dos o tres destellos espontáneos que encadenados en un instante le llevaron a interrogar sobre la valía en las criaturas que son el sustento en la continuidad interdependiente, sin solución, sin un más que… cuando un golpe seco restalló en el pecho para caer hecho un manojo de plumas sanguinolentas.
Un día, un vislumbre de razón cruzó la pequeña consciencia del roedor y vio que su mundo era desapasionadamente cruel y deseó la no dependencia destructiva en capacidad de cohabitación, cuando un zarpazo enmudecedor trocó el anhelo en bocado y, de nuevo, a la oscuridad, al olvido bajo el sol, nuevamente el orden progresivo para llegar a la luz, a la reunion de los impulsos básicos en la mente tras incontadas atisbos ahora conscientes de la complejidad orgánica, de la lanzada aullante que una tarde -a las cinco- frustrara un discurso baladí para llevarlo a la caverna de las sombras y escudriñar desde la oscuridad más profunda, alejado de la luminosidad de la boca pétrea, por la razón esencial, básica, pueril -quizás-, por la comprensión de un sentir sin nombres, sin articulaciones vocales, del dolor y la tristeza, del vacío en la pérdida, de la incomodidad y la ira explosiva, de la caricia anhelada y del llanto ajeno…
Durante siglos y generaciones, de subir y bajar por entre las especies en incansable rebullir, la idea perdida afloraba cualquier día sin sensación ni aviso, sin preludio, sin tensión, fuera grato o infausto el momento. Entonces, otra vez punzaba la necesidad por nutrirnos unos a otros sin dañar a ninguno otro, para dejar la dependencia existencial, para no ser más un depredador.
En la regresión viose en otra época, con otra vestimenta, hablante de otra lengua bullente en el cerebro; era otro el color en la piel y, esta vez, los ojos alargados, después redondos; ya alto, después mínimo, cubierto con pieles de animales, más adelante aromatizado con esencias sujetadas por medio del almizcle… y afirmó que todo era normal, que en la próxima vida -si el comportamiento era el justo- regresaremos a una vida superior.
Y no ve sus vidas pasadas en figura de rey o de héroe. A fuerza de sinceridad, sin adornos, el recorrido es un cúmulo de vidas normales, comunes, de trabajo y esfuerzo lejanos a la gloria y a la ornamentación arquitectónica, sin una línea en el párrafo de la Historia. Encuentra en lo profundo inquietante de ese «otro ser» que le remueve la entrañas, un retazo de poesía, del canto olvidado, de los bailes propiciadores; escruta en las superficies impregnadas con los pigmentos combinados, en la obra que dejara escorias metálicas, en la desnudez colorida de otros cuerpos, en la sangre y en la masa pulverizadas, por una posibilidad, un quizás en sintonía a un suspiro inaudible recién creado: ¡oh, Dios!
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