En el espacio mexica denominado Temazcaltitlán —aledaño al posteriormente denominado “Paso de la acequia real” o de “La Viga”—, por donde ingresaban a Tenochtitlan en canoas los productos provenientes de Santa Anita, Ixtacalco, Xochimilco, Tláhuac, Chalco —trasiego continuado durante la Colonia y el Virreinato—, los religiosos de la Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos ( fundada en 1218 por [San] Pedro Nolasco [ca. 1180–1245]),edificaron su convento en aquella zona insalubre y paupérrima, conjunto arquitectónico considerado el más bello de Nueva España y uno de los pocos ejemplos del estilo mudéjar conservados en México.
La construcción del Convento e Iglesia de La Merced —iniciada en el transcurso del año de 1676, cuando los mercedarios compraron este predio en una zona considerada bastante pobre—, concluyó alrededor del 1703, “gracias a un donativo de 25 mil pesos de don Alonso Dávalos Bracamonte, conde de Miravalle”, informa Luis Alberto Martos, arqueólogo del INAH.
En 1861 el saqueo y las demoliciones del conjunto religioso y de su bellísimo templo, —según muestra un grabado de la época (Interior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Litografía publicada en el semanario “La Cruz” 021. 1856-1857)—, dejó un área enorme y baldía en donde en el trascurso de 1865 surge un anárquico mercado formado con jacalones, barracas y sombras de petate cuyos productos y sus vendedores daban un aspecto desagradable al espacio. En 1879 surge el primer mercado de la Merced —con planificación presentada a don Porfirio Díaz Mori y autoría del ingeniero Antonio Torres Torrija— vigente hasta 1952 en que Ernesto Uruchurtu Peralta (mejor conocido con el nombre modificado de Ernesto P. Uruchurtu) autoriza el proyecto del arquitecto Enrique del Moral para construir en unas superficie de ocho hectáreas un nuevo mercado regulado con tintes de modernidad.
Lo que queda del gran convento —el claustro principal—, abandonado por los religiosos tras la promulgación de las Leyes de Reforma, se le habilitó posteriormente como cuartel militar, bodega, pulquería y espacio para la educación de niños y trabajadores de la escultura —Talleres de Escultura y Talla Directa, fundados por Guillermo Ruiz en 1927—, origen de la prestigiada Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado: “La Esmeralda”.
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