Los pataratos» surgieron para satisfacer una necesidad gráfica. Fue su cuna uno de los muchos periódicos zonales, esperanza promisoria hermanada a la mínima disponibilidad económica de los pequeños comercios establecidos a quienes procurarles una pequeña ventana publicitaria. El documento, originariamente programado para su aparición catorcenal, languideció en su ejemplar número cinco o seis algunos meses después.
Patarato, vocablo originalmente del género femenino, aplícase a una cosa fútil y ridícula. Una segunda acepción obtenida de la vigésima segunda edición del Diccionario de la Real Academia Española redondea la idea: expresión, demostración afectada y ridícula, aparatosa o exagerada de algún afecto, cumplimiento, etcétera.
Ante el juicio cotidiano el patarato carece de un rostro; perdida la esencia, es una parodia descarnada de la fraternidad; le sobra el discurso, le falta osamenta, le hiede el aliento y es, solamente, una estructura sin pasado ni referencia.
«Los pataratos» son la afrenta humana en la moda momentánea, un clamor torpe en procura de oídos y a su presencia hueca, indefinible, le esquilmamos los atributos personales. No es máscara sobre persona ni imagen mínimamente diferenciable de lo humano en cada ser. Es más prejuicio discursivo que simpatía frente al otro. La masiva síntesis carece de toda individualidad al roce de las generaciones. Los pataratos éramos -somos- todos los refundidos en la perorata definitoria de nuestros valores colectivos, un ritual a tono y ritmo del benefactor, del estudioso nimbado con títulos y buena mesa, ése sí, unicidad entre la comunidad de los pataratos.
Patarato es un vocablo para lo aberrante, determinativo de las nacionalidades en constante acecho, de las culturas de lo «más», de los grupos «menos», catálogo en la memoria y vergüenza para el opacado.
Los pataratos eran -somos- todos los demás, los disfrazados con la moderna propuesta de una novedad arcaica y con las actitudes extraídas a la cinematografía somera y a la pasarela del escándalo; esos a quienes les imponen un gusto y manera de ser vigente, alguien en quien imponer una oración, un verbo y al final, dejarle sin respuesta. Ante ello, el Patarato, por anhelo de aceptación lo asume y calla. El patarato, escarnecible por su vulgaridad, torpeza y ñoñería es nada y nadie después de vaciarles los bolsillos. En la historia, los pataratos no tienen ni religión ni código social, sólo las apetencias básicas de la masa.
La serie de «Los pataratos» fue una ablución interrumpida, una catarsis yacente, embrionaria, en la carpeta de apuntes; un proyecto en espera de desarrollo gráfico para obtener voz propia y la fuerza necesaria hasta arrancarse las galas impuestas y quedar en la sencilla, en la bella desnudez de la individualidad.
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