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Solo es un gato

No importa si afuera llueve o silba el viento, si hiere el sol o perla las hojas el rocío ni si al ánimo lánguido le enclaustra el deseo o la risa desbordada envuelve vanamente los espacios del olvido. Quizás sea durante alguna de esas noches de luna nueva que le lleva un sueño o en el momento en que la araña teje indiferente bajo el sol del mediodía, desde aquella las azoteas, en algún derruido zaguán, bajo alguna cama desvencijada, desde el mullido sillón de la sala con la ilusión mediada, un maullido interrumpe la realidad con la presencia de aquellos gatos compañeros.

En ellos, su pelaje recrea en estructura mínima el color y la figura de sus primos mayores. Queda en ellos mucho del jaguar, del tigre, del sheeta, del lince, es a veces réplica de puma en escala reducida. Reaparecen en el manto de las nubes y el silencio de las noches atestigua su quedo andar, brillan sus ojos en las estrellas para traer el tono propio del ronroneo familiar: son del tiempo ido ese eslabón quebrantado en nuestra vida. Le calificamos de individualista y no dudamos de reputar de perezoso al meditabundo contumaz; sosegado antes que temeroso, curioso mas no temerario, sus orejas y cola sin reposo muestran la continua alegría de vivir.

Son seres vilipendiados a los que mal sujetamos al arbitrio humano, les inventamos mala historia y colocamos a su arqueada figura en el concepto de siniestro si vienen a cubierto con algo parecido a una sotana; su ocio aparente nos deja perplejos y en sus correrías les colgamos “milagritos”. Seres prontamente sacrificables ante la insaciable destructividad humana o bajo el manto de la justicia compasiva, ningún decálogo les protege y a toda legislación son ajenos, es sólo un gato y junto al de él, el dolor de cientos, de miles, de cientos de miles de criaturas nada significa.

No hay estructura gatuna junto a algún evangelista ni profeta que acompañe sus augurios con el himno ronroneante de un gato, cuando mucho representa lo peor de la humanidad y no hay moraleja que les beneficie, porque aún en las caricaturas son taimados y marrulleros, glotones e irredentos transgresores del bien común: no hay paraíso para ellos y en este mundo les forjamos un infierno, les esquilmamos su rinconcito entre las constelaciones y no hay en el zodiaco referencia para ellos entre las seis magnitudes cintilantes. A un gato no le salva del repudio su color y forma, sus zalamerías comedidas ni distanciamiento respetuoso: cercanos resultan molestos por sus pelos y suciedad, lejanos les tildamos de malagradecidos; sus locuras sexuales ofende al mustio libidinoso a quien un espejo con forma de animal le afrenta.

Birlemos al tiempo el desgaste de su imagen y honremos su gracia egipcia a pesar de que en la concatenación de los días, únicamente son bellos si están fabricados en peluche, en porcelana o en algún tipo de látex un gato siempre es hermoso si vive en casa ajena. No importa si afuera llueve o silba el viento, si hiere el sol o perla las hojas el rocío, ni si al ánimo lánguido le enclaustra el deseo o la risa desbordada envuelve vanamente los espacios del olvido. Quizás sea durante alguna de esas noches de luna nueva… un maullido… que no sean solamente un recuerdo.

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