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Tormenta en la clepsidra (II)

Lluvia al atardecer. Acrílica sobre cartulina. 28 x 21.5 centímetros.

Una hoz algodonada tendida hacia el horizonte azul
y en aquellos labios prietos con caliche ancestral
reverbera la melodía átona, primigenia,
pautada con golpes flamígeros de espada
punzante en el vientre, en la historia ascendente.

Peces con aletas tornasol, alas radiantes (para la transfiguración),
verde agitado por el viento para alcanzar el cielo,
rompido abandonado, alisado con vientos, yunque del sol
inclemente,
dejadencia marchita, sin la voz resucitadora,
eco escondido en vaguadas, encadenado a las cuevas,
agotado en cañadas.
Un ala negra de cuervo recorta el cielo azul Goitia.

Latido para llevar el torrente de pasados
y prefigurar el porvenir,
luminaria cupular para crear el caos
y procurar su cosmos.
Verbo embotellado radiante en los anaqueles iluminados,
vientre desértico veteado en surcos anhelantes.

Tu nombre cercano (no buscado) es: “sólo un poco”,
matriz bruñida, rocosa, imposible al arado,
pesadas –rayas de ahuehuete– pendulan del amanecer a la
noche del olvido.
Aceituna oliva, aroma y sabor a tierra fértil, fuerte,
noble, martillada de sol
hermanado a los campos de arracadas gordas por el jugo sacro
y la morera del gusano.

La infancia regresa con aroma a hombrecito de mazapán,
contiene un nombre con vocal cambiada y su consonante nueva
es sólo semejanza.

Desde lo alto, un reguero de nubes grises
miran los huesos blanquecidos del rumiante
y un aire de frescura –a buena hora– besa el testuz
descarnado por el sol;
tarde de la alondra y sabor a cacahuate.

Acerca de Víctor Manuel López Wario

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