Las cuatrocientas estrellas -soles para otras vidas-
cantan quedito para no perturbar el descanso
ni agitar los sueños de Lucía:
luna pequeña, sonrisa aleteante de colibrí,
corazoncito/jade, borla de algodón palpitante;
en sus manos, un puñado de plumas preciosas
protegen el verbo nuevo de la vida
cubierta con el manto primigenio, bordado,
aromatizado con el copal del amor;
en el bocetado de su voz y en la mirada
fluyen crepitantes las chispas ancestrales
-el primer fuego- la verdad universal;
en su corazón entonan sus cánticos
los soles rojos, amarillos, azules, blancos
y en su boca yace con la primera dentellada
las coplas ancestrales aprendidas en el vientre materno.
Silencio; no le perturbemos los sueños a Lucía
arrullada con el canto del tzentzontle,
sus mejillas coloreadas con el rubor extraído al pecho nutricio,
del seno arrebolado -colibrí sagrado-, triunfante
y palpitante pozo donde brota el néctar extraído
a la del rostro estremecido con el ligero batir de cascabeles
acompasados con el coro de las cuatrocientas hermanas
que entonan quedito para no perturbar el descanso
ni agitar los ensueños de Lucía.
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