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Un futuro arruinado

depre914

En el pueblo de “Rrr…” (dejemos el nombre oculto ya que en las disputas añejas “Rrr… el alto” y “Rrr… de abajo” sostenían por descrédito ajeno el de parir únicamente seres bobalicones, simples (de ida, de vuelta, la ofensa con respuesta permanente de regreso y escupitajos en la tierra vecina), a la fecha no queda claro el origen del pleito ni del infundio. Tanto en “el de arriba”, como en “el de abajo”, escuchamos con mínimas pero constantes modificaciones, transformaciones y adecuaciones durante las generaciones, la misma historia. La desbrozamos de los calificativos altisonantes y de gerundios, para no perder una disputa aún activa, peculio del convivir en las grandes y pequeñas comunidades humanas.

—oo—

Gervasio era un niño común y como tal, insoportablemente inquieto —muchas veces desesperante— al que por su talla y volumen los demás chiquillos del pueblo apodaban “garbanzo”, para, ingenuamente, arruinarle la protección de su santo tutelar.

Pues un día a Gervasio/garbanzo le llevaron ante el representante de justicia local ¿el cargo? desgraciarle un futuro promisorio a Leticia, la viuda de don Eulalio, quien fuera propietario de la cantina “El reposo” o “El sosiego” —según el pueblo del que tratemos: “Rrr… el alto” o “Rrr… de abajo”, respectivamente—.

Frente al niño con el rostro aseado por los lagrimones, Leticia manifestó que el domingo anterior, al mediodía —en San Francisco daban a segunda llamada a la misa de doce— Gervasio/garbanzo le atropelló fatalmente frente a su casa (de Leticia) y con el impulso, arrojó sobre el empedrado su canasto para arruinarle los doce huevos en ella transportados.

“De esos doce huevos nacerían —indudablemente— 36 gallinitas y 36 buenos gallos que, a la vuelta de un año sumarían 216 ejemplares de gallinas y 216 gallos y con un poco de suerte y ayuda celestial, un poco de huevo para la venta. Así, poco a poco hasta formar una pequeña granja productiva para con los beneficios comprar una vaca y luego otra, criaturas esenciales para el rebaño productor de la leche y con ella iniciar la venta de crema, quesos, requesón, mantequilla, después —con la venia del Eterno—, adquirir el frijol, los chiles, un trocito diario de carne para el recaudo y comprarle las tortilla a Lupita para ya no levantarse de madrugada; le llevaría una monedita al Santuario y unas flores a la tumba de Eulalio en el panteón.”

¿Tengo o no razón para malquistarme con este escuincle? —gimió Leticia ante la autoridad.

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