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Un vagabundo

El mendigo (de la serie: La villa del perro de San Roque) Apunte. Aguada sobre papel 12.7 x 17.9 centímetros.

El mendigo
(de la serie: La villa del perro de San Roque)
Apunte. Aguada sobre papel
12.7 x 17.9 centímetros.

Portones a cuatro hojas permanentemente abiertos para mirar los patios ajardinados en los macetones y tiestos coloridos.

Fuera de la iglesia, aquel recinto para la oración y el reposo a toda hora, bajo la tórrida pasividad o la lluvia desatada, contra el cansancio acumulado en las piernas y el viento vertiginoso, las vendedoras de frutas multicoloridas y perfumadas, de las verduras apiladas, de tortilla, pan y quesos colocados sobre los huacales invertidos, junto a la puerta sacerdotal, por donde tantas veces surgiera el viático anticipado con el pregón de la campanilla a una voz, el mendigo, compañero constante de los perros de todos, acercaba la mano a los paseantes acompañado el gesto con su invariable “por el amor de Dios”.

“El patronazgo que la miseria y la indigencia encuentran en el púlpito de las iglesias, poniendo un precio justo a la caridad, dirige mal el empleo y populariza el oficio de pedir limosna de una manera muy particular, ya que el mendigo al dar ocasión al rico de hacer una obra meritoria, cree ejecutar una profesión útil, la de no hacer nada sobre la tierra y ayudar a los otros a subir al cielo. México, como Nápoles y Madrid, hormiguea de pobres inoportunos; todas las enfermedades más desagradables, las deformaciones más repugnantes, os asedian y os persiguen en los sitios públicos, en los cafés, en las iglesias, como un poderoso argumento para entregar el óbolo y aliviar los sufrimientos humanos…”

Charlista desmesurado en los ratos de ocio, apoyado en su burdo bastón donde pendulara un “agnus dei” polvoso, casi arruinado, llegaba a los cuatro puntos de la plaza para acompañar a las palomas en sus afanes. Era aquel mendigo al que algunas veces le contrataban para los pregones sociales o religiosos; para inquirir por el paradero de alguien, para informar de la defunción o el piadoso novenario, para informar de la película en la sala del pueblo, para decir a la población de la obra municipal.

Un conjunto astroso definía su ubicación en la escala social y era su cuerpo beneficiado por las prendas con tallas diversas y modas rebasadas; de estratos múltiples y tejidos contrastantes. Para los niños era el espantajo a encontrar en las noches densas y para las señoras animado vertedero de las sobras.

No obstante lo poco bueno y la mucha hediondez, el mendigo era parte de la vida diaria y cuando él ya no estuvo, el hueco en el grupo humano poco a poco lo llenó un mendigo nuevo, venido de sólo Dios sabe dónde y de nombre emborronado por el nulo uso.

En estos días los pedigüeños son muchos y el dinero poco; las puertas de los templos abren bajo horario y quedó roída la esperanza en un después.

Reclamo que transformó la súplica del pordiosero (“¡Una limosnita por el amor de Dios!”) con el aberrante siseo apremiante (¡Ssht! ¡Sshtt!).

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